miércoles, 17 de octubre de 2012

Capitulo 24.


Me llevé instintivamente la mano al cuello, en busca del collar en forma de hadita que no me había quitado desde que me lo regaló el señor Van Harse, pero mis dedos solo encontraron el collar que Valerie me había dejado.
-          No duele…- murmuré.
-          ¿Qué?- me miró dubitativa Valerie, que estaba a mi lado, apurando su vaso.
-          No, nada, que voy a por otra. ¿Quieres?
-          No, gracias, me voy un rato a bailar, te espero luego en el centro de la pista, ¿eh?- dijo mientras me pellizcaba el culo y me sonreía. Desapareció entre la multitud que no paraba de contonearse al ritmo de los últimos éxitos.
Me acerqué a la barra, aún desconcertada. No tenía una visión desde que había entrado al Buchiller, y la última vez que tuve una el collar comenzó a quemar y a arder, siguiendo así su sino. Pues estaba claro que el collar estaba encantado. Pero, ¿para que servía el encantamiento? ¿Acaso por su culpa no había tenido visiones? Desde que lo colgué de mi cuello no había tenido ninguna, y cuando tuve una, el collar me produjo tal dolor que tuve que obligarme a mi misma a deshacerme de la visión. Pero no tenía sentido. ¿Por qué el señor Van Harse no iba a querer que tuviera visiones? Es más, dudo si quiera que supiera que tenía. Quité esas ideas de mi mente, ya les daría vueltas al día siguiente, hoy era un día para disfrutar, para olvidar. Dejé el vaso sobre la barra y un robot, que habían creado para hacer de barman, comenzó a hacer un mejunje mezclando diferentes líquidos, cada cual, de un color distinto. De repente noté como unos traviesos dedos se deslizaban desde mi clavícula hasta donde la espalda pierde su nombre. Me estremecí. Una sonrisa surcó mis labios, cuando sentí su cálido aliento contra mi cuello.
-          Estas preciosa- susurró antes de besarme con delicadeza el cuello.
Me giré. En la oscuridad aquellos ojos que tan loca me volvían, adquirían un tono aún mas dorado. Enrosqué mis brazos alrededor de su cuello y le di un leve abrazo mientras le besaba muy cerca de los labios, en la comisura.
-          Te he echado de menos- le dije. Justo después de pronunciarlo una timidez inusual en mí, se apoderó de todo mi cuerpo. Creo que jamás antes había dicho un: “Te he echado de menos”, mas sincero.
-          Lo sé, suelo causar ese efecto en las chicas guapas- dijo con su tono burlón mientras golpeaba mi respingona nariz con sus dedo índice.
-          ¡Idiota!- le espeté entre una gran sonrisa mientras le propinaba un puñetazo en su terso y musculado pecho. Echaba de menos hasta su egocéntrico humor.
-          Un idiota al que traes loquito- a cada palabra se acercaba más y más a mí.
Comenzaba a quedarme sin respiración, tan solo unos milímetros separaban sus labios de los míos. Dentro de unos segundos alcanzaría el cielo, como cada vez que me besaba. Me puse de puntillas, y jugueteé con sus rebeldes cabellos entre mis dedos. Sus ojos me suplicaban que le besara de una vez. Creo que los mío debían de tener la misma expresión, pues si algo deseaba en ese mismo instante era fundirme con él en un beso. Rozó sus labios con los míos y los volvió a separar. Me atravesó con su mirada. Ahora sí que me quedé sin respiración. No aguanté más la tentación y sucumbí a ella. Le aferré aún más a mí y junté nuestras bocas, con el fin de no separarlas nunca.
Un carraspeó se oyó por encima de la música, me separé un poco de Jack y me topé con la atónita mirada de Martha. Esta parpadeó varias veces, y nos escrutó con la mirada. Echó un vistazo rápido a su vaso, que aún estaba por la mitad, y de nuevo a nosotros.
-          No es un efecto de la ginebra, ¿verdad?- dijo con una carcajada.

* * *

Ya llevábamos un par de horas dejándonos llevar al ritmo de la música, moviendo los pies y las caderas al compás de los acordes, cuando de repente un trueno arrollador nos hizo parar a todos en seco. ¿Qué había sido eso? No había nubes, no llovía, no iba a haber ninguna tormenta. Entonces, ¿a qué venía aquel rayo? Todos se miraban con incredulidad entre ellos, y haciéndose las mismas preguntas que yo con la mirada. En un acto reflejo busqué a Jack. Había desaparecido. Tampoco estaba Daniel. Ni Paloma, ni Cinthia. Aquello comenzaba a preocuparme. Me sentí sola entre tanta multitud, me costaba respirar y se me desviaba la vista. De pronto, alguien me cogió de la cintura y me llevó fuera del tumulto. Era Alice.
Agarró mi muñeca y comenzó a correr, arrastrándome tras ella, nos alejamos unos metros y paramos junto a un enorme árbol. Para rodear su tronco harían falta más de veinte personas. Jamás había visto un árbol tan grande y tan hermoso. A pesar de la oscuridad, vislumbre el símbolo que tenía gravado en la corteza: El símbolo de los Capa Dorada.
-          Escucha, Elisabetta, quédate aquí, no te muevas, ¿vale?- Alice hablaba muy rápido, alterada.
-          ¿Qué? ¿Por qué?- pregunté mientras veía como todos corrían hacia el norte y pegaban pequeños sorbos a un liquido amorronado que Martha estaba repartiendo en pequeños cuencos- ¿Qué está ocurriendo?
-          No hay tiempo, ya te lo explicaran- dijo Alice, que parecía estar deseando salir de ahí e irse con los demás- mira, a mi me da igual que te mueras, pero supongo que a los demás no, así que, hazme caso y quédate aquí. Luego volveré a por ti.
Y tras decir esto desapareció. Su ataque de sinceridad no me sorprendía en absoluto. Así era ella. Así era mi hermanastra.
Me quedé quieta, con la espalda apoyada contra el tronco, observando como poco más de cinco alumnos hacían cola ante Martha para beber ese mejunje. De los demás no había rastro.
Otro rayo. Más fuerte que el anterior. Fue tal el estropicio que se derramó el cuenco sobre el vestido azul marino de Alice. Pero esta, contra todo pronóstico, no se alteró, no maldijo, no se vengó, no se enrabietó. Cogió el cuenco, lo rellenó, bebió, lo volvió a rellenar y se lo paso a un chico rubio que había tras de ella. En cuanto bebían, desaparecían, algo muy malo debía de estar ocurriendo para dejar semejante fiesta así. Alice y Martha intercambiaron algunas palabras y se separaron: Alice corrió en contra de toda la multitud mientras Martha hacía desaparecer la olla donde había elaborado el mejunje y venía hacia mí, con el último cuenco que quedaba.
-          ¡Martha! ¡¿Qué demonios ocurre?!- grité, incluso antes de que se acercará.
En el enorme prado solo quedábamos nosotras dos. El aire sopló con furia, desprendiendo las lamparitas que iluminaban el bosque. Algunas se apagaron. El enorme tronco nos protegía del viento, que arrasaba con todo a su paso.
Martha me tendió el cuenco y con una seña me dijo que bebiera. La miré con desconfianza. Ella puso los ojos en blanco y explicó:
-          Es para que se te pase la borrachera, tonta, el alcohol limita nuestros poderes, y esta mezcla invierte el proceso: nos libra de tener una resaca flipante al día siguiente y carga de energía los poderes que se habían, emm…, agotado, por decirlo de alguna manera, al beber.
Apuré todo lo que pude el cuenco, fuera lo que fuera, lo que estuviera ocurriendo, algo me decía que necesitaba mis poderes al cien por cien.
Un rayo, a pocos metros de donde nos encontrábamos. Vi el autentico terror en los ojos de Martha.
-          ¡¿Qué diablos está ocurriendo?!- grité para hacerme oír sobre el fuerte silbido del viento.
Un rayo.
-          Han vuelto- fue lo último que dijo Martha antes de desplomarse contra mis pies.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Capitulo 23.


Me removí, haciendo así que las sabanas se deslizaran por mis piernas desnudas. Me aferré a la almohada, abrazándola, y caí de nuevo ante las ordenes de Morfeo. Cuando desperté creí estar soñando. Aquella cama enorme, de madera antigua, y dosel de seda, el tocador estilo Luis XIV y “Orgullo y prejuicio” de Jane Austen, descansando sobre la mesita… por un momento sentí que estaba en Italia. En la casa donde había dado mis primeros pasos y pronunciado mis primeras palabras. Mi casa. Mi autentico hogar.
La puerta se abrió y por ella apareció Valerie, con su negro cabello recogido en una trenza desecha. Profundas ojeras marcaban sus grandes ojos y estaba algo demacrada. No tenía buen aspecto. Me incorporé enseguida en la cama.
-          ¿Te encuentras bien?- pregunté. Se me hacia raro oír mi propia voz.
-          Creo que esa pregunta debería hacerla yo- sonrió mi hermanastra.
Una fugaz sonrisa cruzó mi rostro.
-          ¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado?
-          Estas en un lugar seguro, tranquila- Valerie se sentó en el borde de la cama- ¿Qué que ha pasado? ¡Pues que eres increíble!
-          ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo?
-          Has derrotado tu solita a un señor de la oscuridad, increíble, maravilloso, inaudito.
Parpadeé varias veces. ¿Yo? ¿Derrotar a alguien? ¿Qué demonios era un señor de la oscuridad?
Valerie ante mi desconcierto rió. Su risa seguía siendo alegre y contagiosa, sin embargo seguía teniendo muy mal aspecto. Ya me preocuparía luego por saber lo del señor de la oscuridad, y a que o quien había derrotado y como, pues no recordaba a ver librado ninguna batalla ni mucho menos luchado, lo importante ahora era saber que le pasaba a mi hermanastra.
-          Val, te veo mal…
-          Es solo cansancio, nada mas, estos días han sido agotadores: tu desaparición, el retorno de los señores de la oscuridad, la muerte de Greta, los exámenes…
-          ¿Seguro que solo es eso?
-          Que si, tonta- afirmó Valerie con una sonrisa- ¿Quieres agua o algo de beber?
Asentí. Aunque dude de si tal vez debía ofrecérsela yo a ella, seguramente yo tendría mejor aspecto. Valerie se levantó se acercó a un escritorio donde descansaba una jarra de porcelana blanca con cinceladas azules. Vertió el contenido en un vaso y me lo trajo. Me lo bebí de un trago. Estaba sedienta.
De repente un nombre, unos ojos dorados, un rostro, y unos labios que anhelaba mas que ninguna otra cosa en este puto mundo, se cruzo por mi mente, haciendo escala en mi corazón. Jack Van Harse. Mi Jack.
-          ¿Y Jack? ¿Dónde está?
-          En el Buchiller, está ayudando a Paloma y Martha con lo de la fiesta, es mañana.
-          ¿He estado casi una semana así?
Valerie se mordió el labio mientras asentía.
-          Lo importante es que ya estas bien, y que lo pasaremos de miedo en la fiesta- dijo Valerie con su habitual optimismo- además, después de lo de Greta todos necesitamos distraernos, divertirnos, han sido unos días demasiado duros.
-          Si, tienes razón- dije en un murmullo, y a continuación hice la pregunta que tanto deseaba oir mi hermana:- ¿Qué nos ponemos?

* * *

Me enfundé los pitillos negros, los mas ajustados que tenía, y me puse la camiseta que Cinthia me había dejado. Era un poco ancha y caía de un hombro. Me hice una trenza que caía sobre el hombro que estaba cubierto. Maquillaje, unas gotitas de perfume, el visto bueno de las chicas y salimos de la habitación.
-          Gracias por prestarme el collar, Valerie, es precioso- dije, observando mi reflejo en el cristal del vestíbulo del internado.
Había sustituido el collar de la hadita por el collar de estilo grecolatino de mi hermanastra. Me sentí desnuda sin mi collar, pero, después de lo ocurrido en el bosque no me causaba mucha confianza llevarlo puesto.
-          Casi tanto como tú, hermanita- sonrió Valerie mientras me daba un toquecito en la nariz con su enjoyado dedo.
Sonreí. De repente alguien vino por detrás, me agarró por la cintura y me comenzó a dar vueltas. ¿Jack?
Me giré.
No, no era Jack. Mis ojos se pararon en la sensual y carnosa boca de Daniel.
-          Vale, vale, sé que me quieres mucho pero suéltame- reí al darme cuenta de que mi hermanastro seguía sujetando en el aire.
Me dejé caer mientras oía de fondo la carcajada de él.
-          Veo que ya estas recuperada, enana- me dijo, con los oscuros ojos brillantes- me alegro mucho.
-          Si, por fin una buena noticia…- murmuró Cinthia.
-          Va, no nos deprimamos, que hoy ¡es nuestra noche de fiesta loca!- dijo Valerie mas alto de lo normal- Las penas las dejamos aquí dentro, en la escuela, y venga, vayámonos ya, me muero por bailar y beberme algo bien cargado.
Entre sonrisas más alegres salimos del Buchiller, hacia el bosque. El camino me pareció mucho más largo que la noche de la tormenta, había hecho bien en no ponerme las cuñas que me había ofrecido Valerie. Llegamos a un claro que ni siquiera sabía que existía. Miré hacia donde creía que estaba la escuela. Me topé con una boca de lobo oscura. Menos mal que de los altos pinos que delimitaban el claro prendían cuerdecitas y de ellas lámparas de papel de llamativos colores que gracias a la magia mantenían iluminada toda la zona. La música rebotaba contra los altavoces. ¿Cómo no iban a enterarse en la escuela de la fiesta? Era imposible. Entonces caí en la cuenta de que todos los allí presentes tenían la sangre llena de magia. Al fondo había una larga barra llena de botellas de todo tipo de alcohol y otras tantas sin, para la mezcla. Una caja llena de vasos descansaba al pie de un refrigerador lleno de hielos. Valerie se cogió de mi brazo y me arrastró hacia la barra marcando el ritmo con las caderas. Llevaba puesta una falda con mucho vuelo, que dejaba paso a la imaginación cada vez que daba un giro, y una camiseta de palabra de honor que le había prestado. Se había dejado el cabello suelto y estaba radiante. Aunque, eso, en mi hermanastra no era novedad. Junto a la barra estaba Dereck y Francis, que nos recibieron con una enorme sonrisa. Casi todo el Buchiller de los tres últimos cursos estaba ahí. Y no había ninguno con la cara larga. Todos estaban alegres, sonrientes, incluso parecían felices. Me estremecí. ¿Ya se habían olvidado de aquella morena de vivarachos ojos? ¿De Greta?
-          ¡Oh, vaya! ¡Que ven mis ojos! Y yo que creía que los ángeles no existían- sonrió Dereck- decir que estáis preciosas es quedarse corto- nos besó en una mejilla a cada una.
-          No exageres, Dereck- me ruboricé.
-          Vaya, Dereck, gracias por dejarme como un antipático, que después de ese comentario…
Rompimos todos en risas.
-          Ya echaba de menos tu risa- me dijo Dereck.
-          Y yo tu gorra de beisbol, que por cierto… que raro que no la lleves puesta- dije mientras le revolvía el cabello castaño con la mano.
-          Bueno, bueno, parejita, nosotros vamos a por bebidas, ahora venimos- dijo Valerie llevándose a Francis de allí con la intención de dejarnos solos a Dereck y a mí.
Si ella supiera. Si supiera que el culpable de mi insomnio, de mis miradas perdidas y de mis tontas sonrisas no era él, si no Jack. Si supiera que a lo único que aspiraba era a ser el motivo de su sonrisa. Que con solo verle ya me flaqueaban las piernas y se me cortaba la respiración. Que cuando lo tenía cerca no sentía mariposas en el estomago, si no un zoológico entero. Que cada vez que pronunciaba su nombre ya estaba sonriendo antes siquiera de llegar a la ultima letra. Que me guardaba para él mis ‘te quieros’ más sinceros. Que cuando estaba con él podría partirse el mundo en dos y ni me enteraría. Que él y solo él era el verdadero motivo de mi felicidad.
-          Valerie está obsesionada con emparejarme contigo- rió Dereck.
-          Se habrá enterado de que soy toda una experta rompiendo relaciones y querrá ayudarme para que no quede mal- reí yo, recordando con nostalgia nuestra primera conversación. Parecía que hacía años de eso y no pocas semanas. Habían pasado demasiadas cosas desde que había acabado el verano y llegado el odioso Septiembre.
-          No creo que necesites ayuda, Doña Rompecorazones- dijo entre carcajadas Dereck. Los ojos le centelleaban.
Le hice una mueca de burla.
-          Estos no vienen y me muero de sed, asi que, si eres tan amable, prepárame un coctel de los tuyos, que he oído por ahí que se te dan de miedo- dije con una afable sonrisa dibujada en mis labios pintados de rojo. Me apoyé en la barra.
-          Como la señorita guste, pero a cambio, querré un beso- dijo mientras sacaba un vaso de la caja y me guiñaba un ojo.
-          Trato echo- sonreí.
Echó dentro del vaso tres hielos, un liquido azul, otro lila, un poco de zumo de limón, una sustancia que parecían granitos de arena, imagino que sal o azúcar o algo de eso, ya que el gran bote de donde la había sacado descansaba sobre la barra, así que no podría ser nada del otro mundo. Añadió un liquido blanco, por el olor, supe que era ginebra. Lo removió todo mientras movía exageradamente el culo al son de una música imaginaria que nada tenía que ver por la que salía de los altavoces. Estallamos los dos en risas. Me tendió el vaso. Agradecí enormemente que Cristina me hubiera obligado a comprarme el pintalabios rojo con duración 24 horas y que no dejaba marca, a pesar de que era mucho más caro. Enseguida desalojé ese pensamiento de mi mente, a Cristina y a mí en el centro comercial como tantas y tanta tardes desde que llegué a la ciudad, pensar en ella me ponía triste y le había prometido a Valerie que dejaría la tristeza y las penas encerradas en el cajón de la mesita de nuestro cuarto. Bebí un sorbo. Aquello… aquello… aquello… ¡Estaba delicioso! No tenía ni idea de que era, pero lo que si sabía era que cada vez que quisiera tomar algo recurriría a Dereck.
-          Mmmm… no está mal- dije con retintín.
-          ¿Entonces, me merezco el beso?
-          No sé, no sé- reí.
Dereck me dirigió una mirada asesina.
-          Que si, tonto- dije mientras me lanzaba sobre él y le besaba la mejilla- esta muy pero que muy muy muy muy bueno. A saber dónde has aprendido tu a hacer esto.
-          En la cárcel.
Lo dijo tan serio que por un momento le creí, luego volvimos a reírnos al unísono. El mejunje de Dereck se subía demasiado rápido a la cabeza, y eso, que no llevaba más de medio vaso.
Valerie y Francis volvieron, esta vez acompañados de Wendy, Matt, Cinthia, Martha, Alice y Sofía. Todos llevaban en sus manos un gran vaso a medio acabar, menos, Matt, este se había apropiado de una botella de Vodka rojo para él solo.
-          ¡POR UNA GRANDIOSA E INOLVIDABLE FIESTA!- gritó Martha.
-          ¡POR UNA GRANDIOSA E INOLVIDABLE FIESTA!- gritamos todos al unísono mientras brindábamos con nuestros vasos.
Tras el brindis separaron las altas copas de Champagne. Charles sonrió a la chica del pomposo vestido rosa palo. Ella le devolvió la sonrisa, pero esta no iba acompañada por unos ojos brillantes y enamorados; sin embargo, la de él sí. Dejaron las copas sobre la bandeja de un camarero y abrieron el baile en su honor, mientras los invitados a la fiesta, expectantes y envidiosos por la pareja tan perfecta que parecían formar, rompieron en aplausos. Él sujetaba con firmeza su cintura; mientras ella añoraba las manos de otro hombre sobre esta. Él le susurró algo en el oído; mientras ella deseaba volver a sentir el aliento de otro contra su cuello. Él dibujo un: ‘Estas preciosa’, con sus labios; mientras ella deseaba escuchar cualquier frase acabada en un ‘Fea’ mientras se la dijese otro. Él sujetaba con delicadeza su mano envuelta en un blanco guante de seda; mientras ella deseaba enredar los dedos de esa misma mano en los rubios cabellos de otro hombre. Él la desnudaba con la mirada; mientras ella solo deseaba ser desnudada por otro.
Cuando acabó la melodía más parejas se unieron a ellos, en la gran pista de baile. Ella se excusó y dejó de bailar, puso cualquier escusa tonta, que necesitaba ir al baño o al tocador a repasarse el peinado o echarse más polvos. Cuando lo que en realidad necesitaba era desaparecer de ahí, de ese baile organizado para ella, de esas personas que le deseaban lo mejor en su futura boda. Su boda. Dentro de una noche quedaría para siempre sellada a Charles. A ese hombre que acababa de abandonar en medio de la pista de baile.
Abrió el cobertizo. Allí estaba él. De espaldas. Con sus amplias y sus marcados pectorales al aire. Estaba de espaldas, cambiando una rueda del carruaje destinado a llevar a su amada a una iglesia donde no la esperaría él, si no otro hombre. Cerró la puerta tras de sí y tiró los guantes sobre la silla donde descasaba la blanca camisa y los tirantes de él. El anillo de compromiso se desprendió de su dedo al quitarse el guante. Rebotó contra el suelo. Él se giró. Dejó sobre el suelo la herramienta que poco antes sostenía en la mano y se puso de pie. Se quedaron allí, parados. A poco más de cinco metros de distancia. Mirándose. Ella se acercó a él. Y acarició con el dorso de la mano su mejilla. Sonrió con tristeza. Sabía que después de aquella noche ya no sería suya, pertenecería a Charles y no a él. Sin decir palabra alguna sus labios se rozaron con la más pura delicadeza. ¿Qué decir cuando las palabras sobraban? ¿Cuándo podía decir más con una sola mirada o una sonrisa que con todas las palabras del diccionario? ¿Cuándo tenía que decir tanto en tan poco tiempo?
-          Te quise, te quiero y te querré. Siempre. No lo dudes, nunca, ni siquiera por un instante dudes de mi amor, no hay nada más verdadero, más puro, más único, más intenso en el universo conocido y en el que falta por conocer. Puede que no vuelva a tocar cada centímetro de esa piel que tan loco me vuelve, que no vuelva a sentir tu sonrisa en medio de un beso solo nuestro, que mi cuello no vuelva a ser mordido por esa boca que deseo más que al fruto más preciado. Pero eso jamás será motivo suficiente para acabar con este amor. No existió, no existe y no existirá nada para acabar con él. Te lo prometo. Esto es para siempre. Y cuando digo siempre, es una promesa, mi promesa hacia ti, mi promesa de amor. Porque, Carolina, no te haces idea de cuánto te amo. Podría partirse ahora mismo el mundo en dos que ni me daría cuenta, ¿y sabes por qué? Porque cuando te tengo cerca solo existimos tú y yo, lo demás no importa. ¿Acaso hay algo mas valioso, mas importante, más hermoso que un ‘nosotros’? No, claro que no. Lo único que se le acerca es tu rostro, y mira que es difícil superar tu hermosura. Guardaré tu cara, el recuerdo del tacto de tu cabello, el sabor de tus labios, te guardaré a toda ti- cogió con sumo cuidado, como si de una rosa se tratará, el dedo índice de ella y dio con él unos toquecitos sobre su pecho izquierdo, justo donde estaba su corazón- Aquí. Justo aquí. Porque este corazón solo late por ti. Y jamás dejará de hacerlo. Te lo prometo.