miércoles, 17 de octubre de 2012

Capitulo 24.


Me llevé instintivamente la mano al cuello, en busca del collar en forma de hadita que no me había quitado desde que me lo regaló el señor Van Harse, pero mis dedos solo encontraron el collar que Valerie me había dejado.
-          No duele…- murmuré.
-          ¿Qué?- me miró dubitativa Valerie, que estaba a mi lado, apurando su vaso.
-          No, nada, que voy a por otra. ¿Quieres?
-          No, gracias, me voy un rato a bailar, te espero luego en el centro de la pista, ¿eh?- dijo mientras me pellizcaba el culo y me sonreía. Desapareció entre la multitud que no paraba de contonearse al ritmo de los últimos éxitos.
Me acerqué a la barra, aún desconcertada. No tenía una visión desde que había entrado al Buchiller, y la última vez que tuve una el collar comenzó a quemar y a arder, siguiendo así su sino. Pues estaba claro que el collar estaba encantado. Pero, ¿para que servía el encantamiento? ¿Acaso por su culpa no había tenido visiones? Desde que lo colgué de mi cuello no había tenido ninguna, y cuando tuve una, el collar me produjo tal dolor que tuve que obligarme a mi misma a deshacerme de la visión. Pero no tenía sentido. ¿Por qué el señor Van Harse no iba a querer que tuviera visiones? Es más, dudo si quiera que supiera que tenía. Quité esas ideas de mi mente, ya les daría vueltas al día siguiente, hoy era un día para disfrutar, para olvidar. Dejé el vaso sobre la barra y un robot, que habían creado para hacer de barman, comenzó a hacer un mejunje mezclando diferentes líquidos, cada cual, de un color distinto. De repente noté como unos traviesos dedos se deslizaban desde mi clavícula hasta donde la espalda pierde su nombre. Me estremecí. Una sonrisa surcó mis labios, cuando sentí su cálido aliento contra mi cuello.
-          Estas preciosa- susurró antes de besarme con delicadeza el cuello.
Me giré. En la oscuridad aquellos ojos que tan loca me volvían, adquirían un tono aún mas dorado. Enrosqué mis brazos alrededor de su cuello y le di un leve abrazo mientras le besaba muy cerca de los labios, en la comisura.
-          Te he echado de menos- le dije. Justo después de pronunciarlo una timidez inusual en mí, se apoderó de todo mi cuerpo. Creo que jamás antes había dicho un: “Te he echado de menos”, mas sincero.
-          Lo sé, suelo causar ese efecto en las chicas guapas- dijo con su tono burlón mientras golpeaba mi respingona nariz con sus dedo índice.
-          ¡Idiota!- le espeté entre una gran sonrisa mientras le propinaba un puñetazo en su terso y musculado pecho. Echaba de menos hasta su egocéntrico humor.
-          Un idiota al que traes loquito- a cada palabra se acercaba más y más a mí.
Comenzaba a quedarme sin respiración, tan solo unos milímetros separaban sus labios de los míos. Dentro de unos segundos alcanzaría el cielo, como cada vez que me besaba. Me puse de puntillas, y jugueteé con sus rebeldes cabellos entre mis dedos. Sus ojos me suplicaban que le besara de una vez. Creo que los mío debían de tener la misma expresión, pues si algo deseaba en ese mismo instante era fundirme con él en un beso. Rozó sus labios con los míos y los volvió a separar. Me atravesó con su mirada. Ahora sí que me quedé sin respiración. No aguanté más la tentación y sucumbí a ella. Le aferré aún más a mí y junté nuestras bocas, con el fin de no separarlas nunca.
Un carraspeó se oyó por encima de la música, me separé un poco de Jack y me topé con la atónita mirada de Martha. Esta parpadeó varias veces, y nos escrutó con la mirada. Echó un vistazo rápido a su vaso, que aún estaba por la mitad, y de nuevo a nosotros.
-          No es un efecto de la ginebra, ¿verdad?- dijo con una carcajada.

* * *

Ya llevábamos un par de horas dejándonos llevar al ritmo de la música, moviendo los pies y las caderas al compás de los acordes, cuando de repente un trueno arrollador nos hizo parar a todos en seco. ¿Qué había sido eso? No había nubes, no llovía, no iba a haber ninguna tormenta. Entonces, ¿a qué venía aquel rayo? Todos se miraban con incredulidad entre ellos, y haciéndose las mismas preguntas que yo con la mirada. En un acto reflejo busqué a Jack. Había desaparecido. Tampoco estaba Daniel. Ni Paloma, ni Cinthia. Aquello comenzaba a preocuparme. Me sentí sola entre tanta multitud, me costaba respirar y se me desviaba la vista. De pronto, alguien me cogió de la cintura y me llevó fuera del tumulto. Era Alice.
Agarró mi muñeca y comenzó a correr, arrastrándome tras ella, nos alejamos unos metros y paramos junto a un enorme árbol. Para rodear su tronco harían falta más de veinte personas. Jamás había visto un árbol tan grande y tan hermoso. A pesar de la oscuridad, vislumbre el símbolo que tenía gravado en la corteza: El símbolo de los Capa Dorada.
-          Escucha, Elisabetta, quédate aquí, no te muevas, ¿vale?- Alice hablaba muy rápido, alterada.
-          ¿Qué? ¿Por qué?- pregunté mientras veía como todos corrían hacia el norte y pegaban pequeños sorbos a un liquido amorronado que Martha estaba repartiendo en pequeños cuencos- ¿Qué está ocurriendo?
-          No hay tiempo, ya te lo explicaran- dijo Alice, que parecía estar deseando salir de ahí e irse con los demás- mira, a mi me da igual que te mueras, pero supongo que a los demás no, así que, hazme caso y quédate aquí. Luego volveré a por ti.
Y tras decir esto desapareció. Su ataque de sinceridad no me sorprendía en absoluto. Así era ella. Así era mi hermanastra.
Me quedé quieta, con la espalda apoyada contra el tronco, observando como poco más de cinco alumnos hacían cola ante Martha para beber ese mejunje. De los demás no había rastro.
Otro rayo. Más fuerte que el anterior. Fue tal el estropicio que se derramó el cuenco sobre el vestido azul marino de Alice. Pero esta, contra todo pronóstico, no se alteró, no maldijo, no se vengó, no se enrabietó. Cogió el cuenco, lo rellenó, bebió, lo volvió a rellenar y se lo paso a un chico rubio que había tras de ella. En cuanto bebían, desaparecían, algo muy malo debía de estar ocurriendo para dejar semejante fiesta así. Alice y Martha intercambiaron algunas palabras y se separaron: Alice corrió en contra de toda la multitud mientras Martha hacía desaparecer la olla donde había elaborado el mejunje y venía hacia mí, con el último cuenco que quedaba.
-          ¡Martha! ¡¿Qué demonios ocurre?!- grité, incluso antes de que se acercará.
En el enorme prado solo quedábamos nosotras dos. El aire sopló con furia, desprendiendo las lamparitas que iluminaban el bosque. Algunas se apagaron. El enorme tronco nos protegía del viento, que arrasaba con todo a su paso.
Martha me tendió el cuenco y con una seña me dijo que bebiera. La miré con desconfianza. Ella puso los ojos en blanco y explicó:
-          Es para que se te pase la borrachera, tonta, el alcohol limita nuestros poderes, y esta mezcla invierte el proceso: nos libra de tener una resaca flipante al día siguiente y carga de energía los poderes que se habían, emm…, agotado, por decirlo de alguna manera, al beber.
Apuré todo lo que pude el cuenco, fuera lo que fuera, lo que estuviera ocurriendo, algo me decía que necesitaba mis poderes al cien por cien.
Un rayo, a pocos metros de donde nos encontrábamos. Vi el autentico terror en los ojos de Martha.
-          ¡¿Qué diablos está ocurriendo?!- grité para hacerme oír sobre el fuerte silbido del viento.
Un rayo.
-          Han vuelto- fue lo último que dijo Martha antes de desplomarse contra mis pies.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Capitulo 23.


Me removí, haciendo así que las sabanas se deslizaran por mis piernas desnudas. Me aferré a la almohada, abrazándola, y caí de nuevo ante las ordenes de Morfeo. Cuando desperté creí estar soñando. Aquella cama enorme, de madera antigua, y dosel de seda, el tocador estilo Luis XIV y “Orgullo y prejuicio” de Jane Austen, descansando sobre la mesita… por un momento sentí que estaba en Italia. En la casa donde había dado mis primeros pasos y pronunciado mis primeras palabras. Mi casa. Mi autentico hogar.
La puerta se abrió y por ella apareció Valerie, con su negro cabello recogido en una trenza desecha. Profundas ojeras marcaban sus grandes ojos y estaba algo demacrada. No tenía buen aspecto. Me incorporé enseguida en la cama.
-          ¿Te encuentras bien?- pregunté. Se me hacia raro oír mi propia voz.
-          Creo que esa pregunta debería hacerla yo- sonrió mi hermanastra.
Una fugaz sonrisa cruzó mi rostro.
-          ¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado?
-          Estas en un lugar seguro, tranquila- Valerie se sentó en el borde de la cama- ¿Qué que ha pasado? ¡Pues que eres increíble!
-          ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo?
-          Has derrotado tu solita a un señor de la oscuridad, increíble, maravilloso, inaudito.
Parpadeé varias veces. ¿Yo? ¿Derrotar a alguien? ¿Qué demonios era un señor de la oscuridad?
Valerie ante mi desconcierto rió. Su risa seguía siendo alegre y contagiosa, sin embargo seguía teniendo muy mal aspecto. Ya me preocuparía luego por saber lo del señor de la oscuridad, y a que o quien había derrotado y como, pues no recordaba a ver librado ninguna batalla ni mucho menos luchado, lo importante ahora era saber que le pasaba a mi hermanastra.
-          Val, te veo mal…
-          Es solo cansancio, nada mas, estos días han sido agotadores: tu desaparición, el retorno de los señores de la oscuridad, la muerte de Greta, los exámenes…
-          ¿Seguro que solo es eso?
-          Que si, tonta- afirmó Valerie con una sonrisa- ¿Quieres agua o algo de beber?
Asentí. Aunque dude de si tal vez debía ofrecérsela yo a ella, seguramente yo tendría mejor aspecto. Valerie se levantó se acercó a un escritorio donde descansaba una jarra de porcelana blanca con cinceladas azules. Vertió el contenido en un vaso y me lo trajo. Me lo bebí de un trago. Estaba sedienta.
De repente un nombre, unos ojos dorados, un rostro, y unos labios que anhelaba mas que ninguna otra cosa en este puto mundo, se cruzo por mi mente, haciendo escala en mi corazón. Jack Van Harse. Mi Jack.
-          ¿Y Jack? ¿Dónde está?
-          En el Buchiller, está ayudando a Paloma y Martha con lo de la fiesta, es mañana.
-          ¿He estado casi una semana así?
Valerie se mordió el labio mientras asentía.
-          Lo importante es que ya estas bien, y que lo pasaremos de miedo en la fiesta- dijo Valerie con su habitual optimismo- además, después de lo de Greta todos necesitamos distraernos, divertirnos, han sido unos días demasiado duros.
-          Si, tienes razón- dije en un murmullo, y a continuación hice la pregunta que tanto deseaba oir mi hermana:- ¿Qué nos ponemos?

* * *

Me enfundé los pitillos negros, los mas ajustados que tenía, y me puse la camiseta que Cinthia me había dejado. Era un poco ancha y caía de un hombro. Me hice una trenza que caía sobre el hombro que estaba cubierto. Maquillaje, unas gotitas de perfume, el visto bueno de las chicas y salimos de la habitación.
-          Gracias por prestarme el collar, Valerie, es precioso- dije, observando mi reflejo en el cristal del vestíbulo del internado.
Había sustituido el collar de la hadita por el collar de estilo grecolatino de mi hermanastra. Me sentí desnuda sin mi collar, pero, después de lo ocurrido en el bosque no me causaba mucha confianza llevarlo puesto.
-          Casi tanto como tú, hermanita- sonrió Valerie mientras me daba un toquecito en la nariz con su enjoyado dedo.
Sonreí. De repente alguien vino por detrás, me agarró por la cintura y me comenzó a dar vueltas. ¿Jack?
Me giré.
No, no era Jack. Mis ojos se pararon en la sensual y carnosa boca de Daniel.
-          Vale, vale, sé que me quieres mucho pero suéltame- reí al darme cuenta de que mi hermanastro seguía sujetando en el aire.
Me dejé caer mientras oía de fondo la carcajada de él.
-          Veo que ya estas recuperada, enana- me dijo, con los oscuros ojos brillantes- me alegro mucho.
-          Si, por fin una buena noticia…- murmuró Cinthia.
-          Va, no nos deprimamos, que hoy ¡es nuestra noche de fiesta loca!- dijo Valerie mas alto de lo normal- Las penas las dejamos aquí dentro, en la escuela, y venga, vayámonos ya, me muero por bailar y beberme algo bien cargado.
Entre sonrisas más alegres salimos del Buchiller, hacia el bosque. El camino me pareció mucho más largo que la noche de la tormenta, había hecho bien en no ponerme las cuñas que me había ofrecido Valerie. Llegamos a un claro que ni siquiera sabía que existía. Miré hacia donde creía que estaba la escuela. Me topé con una boca de lobo oscura. Menos mal que de los altos pinos que delimitaban el claro prendían cuerdecitas y de ellas lámparas de papel de llamativos colores que gracias a la magia mantenían iluminada toda la zona. La música rebotaba contra los altavoces. ¿Cómo no iban a enterarse en la escuela de la fiesta? Era imposible. Entonces caí en la cuenta de que todos los allí presentes tenían la sangre llena de magia. Al fondo había una larga barra llena de botellas de todo tipo de alcohol y otras tantas sin, para la mezcla. Una caja llena de vasos descansaba al pie de un refrigerador lleno de hielos. Valerie se cogió de mi brazo y me arrastró hacia la barra marcando el ritmo con las caderas. Llevaba puesta una falda con mucho vuelo, que dejaba paso a la imaginación cada vez que daba un giro, y una camiseta de palabra de honor que le había prestado. Se había dejado el cabello suelto y estaba radiante. Aunque, eso, en mi hermanastra no era novedad. Junto a la barra estaba Dereck y Francis, que nos recibieron con una enorme sonrisa. Casi todo el Buchiller de los tres últimos cursos estaba ahí. Y no había ninguno con la cara larga. Todos estaban alegres, sonrientes, incluso parecían felices. Me estremecí. ¿Ya se habían olvidado de aquella morena de vivarachos ojos? ¿De Greta?
-          ¡Oh, vaya! ¡Que ven mis ojos! Y yo que creía que los ángeles no existían- sonrió Dereck- decir que estáis preciosas es quedarse corto- nos besó en una mejilla a cada una.
-          No exageres, Dereck- me ruboricé.
-          Vaya, Dereck, gracias por dejarme como un antipático, que después de ese comentario…
Rompimos todos en risas.
-          Ya echaba de menos tu risa- me dijo Dereck.
-          Y yo tu gorra de beisbol, que por cierto… que raro que no la lleves puesta- dije mientras le revolvía el cabello castaño con la mano.
-          Bueno, bueno, parejita, nosotros vamos a por bebidas, ahora venimos- dijo Valerie llevándose a Francis de allí con la intención de dejarnos solos a Dereck y a mí.
Si ella supiera. Si supiera que el culpable de mi insomnio, de mis miradas perdidas y de mis tontas sonrisas no era él, si no Jack. Si supiera que a lo único que aspiraba era a ser el motivo de su sonrisa. Que con solo verle ya me flaqueaban las piernas y se me cortaba la respiración. Que cuando lo tenía cerca no sentía mariposas en el estomago, si no un zoológico entero. Que cada vez que pronunciaba su nombre ya estaba sonriendo antes siquiera de llegar a la ultima letra. Que me guardaba para él mis ‘te quieros’ más sinceros. Que cuando estaba con él podría partirse el mundo en dos y ni me enteraría. Que él y solo él era el verdadero motivo de mi felicidad.
-          Valerie está obsesionada con emparejarme contigo- rió Dereck.
-          Se habrá enterado de que soy toda una experta rompiendo relaciones y querrá ayudarme para que no quede mal- reí yo, recordando con nostalgia nuestra primera conversación. Parecía que hacía años de eso y no pocas semanas. Habían pasado demasiadas cosas desde que había acabado el verano y llegado el odioso Septiembre.
-          No creo que necesites ayuda, Doña Rompecorazones- dijo entre carcajadas Dereck. Los ojos le centelleaban.
Le hice una mueca de burla.
-          Estos no vienen y me muero de sed, asi que, si eres tan amable, prepárame un coctel de los tuyos, que he oído por ahí que se te dan de miedo- dije con una afable sonrisa dibujada en mis labios pintados de rojo. Me apoyé en la barra.
-          Como la señorita guste, pero a cambio, querré un beso- dijo mientras sacaba un vaso de la caja y me guiñaba un ojo.
-          Trato echo- sonreí.
Echó dentro del vaso tres hielos, un liquido azul, otro lila, un poco de zumo de limón, una sustancia que parecían granitos de arena, imagino que sal o azúcar o algo de eso, ya que el gran bote de donde la había sacado descansaba sobre la barra, así que no podría ser nada del otro mundo. Añadió un liquido blanco, por el olor, supe que era ginebra. Lo removió todo mientras movía exageradamente el culo al son de una música imaginaria que nada tenía que ver por la que salía de los altavoces. Estallamos los dos en risas. Me tendió el vaso. Agradecí enormemente que Cristina me hubiera obligado a comprarme el pintalabios rojo con duración 24 horas y que no dejaba marca, a pesar de que era mucho más caro. Enseguida desalojé ese pensamiento de mi mente, a Cristina y a mí en el centro comercial como tantas y tanta tardes desde que llegué a la ciudad, pensar en ella me ponía triste y le había prometido a Valerie que dejaría la tristeza y las penas encerradas en el cajón de la mesita de nuestro cuarto. Bebí un sorbo. Aquello… aquello… aquello… ¡Estaba delicioso! No tenía ni idea de que era, pero lo que si sabía era que cada vez que quisiera tomar algo recurriría a Dereck.
-          Mmmm… no está mal- dije con retintín.
-          ¿Entonces, me merezco el beso?
-          No sé, no sé- reí.
Dereck me dirigió una mirada asesina.
-          Que si, tonto- dije mientras me lanzaba sobre él y le besaba la mejilla- esta muy pero que muy muy muy muy bueno. A saber dónde has aprendido tu a hacer esto.
-          En la cárcel.
Lo dijo tan serio que por un momento le creí, luego volvimos a reírnos al unísono. El mejunje de Dereck se subía demasiado rápido a la cabeza, y eso, que no llevaba más de medio vaso.
Valerie y Francis volvieron, esta vez acompañados de Wendy, Matt, Cinthia, Martha, Alice y Sofía. Todos llevaban en sus manos un gran vaso a medio acabar, menos, Matt, este se había apropiado de una botella de Vodka rojo para él solo.
-          ¡POR UNA GRANDIOSA E INOLVIDABLE FIESTA!- gritó Martha.
-          ¡POR UNA GRANDIOSA E INOLVIDABLE FIESTA!- gritamos todos al unísono mientras brindábamos con nuestros vasos.
Tras el brindis separaron las altas copas de Champagne. Charles sonrió a la chica del pomposo vestido rosa palo. Ella le devolvió la sonrisa, pero esta no iba acompañada por unos ojos brillantes y enamorados; sin embargo, la de él sí. Dejaron las copas sobre la bandeja de un camarero y abrieron el baile en su honor, mientras los invitados a la fiesta, expectantes y envidiosos por la pareja tan perfecta que parecían formar, rompieron en aplausos. Él sujetaba con firmeza su cintura; mientras ella añoraba las manos de otro hombre sobre esta. Él le susurró algo en el oído; mientras ella deseaba volver a sentir el aliento de otro contra su cuello. Él dibujo un: ‘Estas preciosa’, con sus labios; mientras ella deseaba escuchar cualquier frase acabada en un ‘Fea’ mientras se la dijese otro. Él sujetaba con delicadeza su mano envuelta en un blanco guante de seda; mientras ella deseaba enredar los dedos de esa misma mano en los rubios cabellos de otro hombre. Él la desnudaba con la mirada; mientras ella solo deseaba ser desnudada por otro.
Cuando acabó la melodía más parejas se unieron a ellos, en la gran pista de baile. Ella se excusó y dejó de bailar, puso cualquier escusa tonta, que necesitaba ir al baño o al tocador a repasarse el peinado o echarse más polvos. Cuando lo que en realidad necesitaba era desaparecer de ahí, de ese baile organizado para ella, de esas personas que le deseaban lo mejor en su futura boda. Su boda. Dentro de una noche quedaría para siempre sellada a Charles. A ese hombre que acababa de abandonar en medio de la pista de baile.
Abrió el cobertizo. Allí estaba él. De espaldas. Con sus amplias y sus marcados pectorales al aire. Estaba de espaldas, cambiando una rueda del carruaje destinado a llevar a su amada a una iglesia donde no la esperaría él, si no otro hombre. Cerró la puerta tras de sí y tiró los guantes sobre la silla donde descasaba la blanca camisa y los tirantes de él. El anillo de compromiso se desprendió de su dedo al quitarse el guante. Rebotó contra el suelo. Él se giró. Dejó sobre el suelo la herramienta que poco antes sostenía en la mano y se puso de pie. Se quedaron allí, parados. A poco más de cinco metros de distancia. Mirándose. Ella se acercó a él. Y acarició con el dorso de la mano su mejilla. Sonrió con tristeza. Sabía que después de aquella noche ya no sería suya, pertenecería a Charles y no a él. Sin decir palabra alguna sus labios se rozaron con la más pura delicadeza. ¿Qué decir cuando las palabras sobraban? ¿Cuándo podía decir más con una sola mirada o una sonrisa que con todas las palabras del diccionario? ¿Cuándo tenía que decir tanto en tan poco tiempo?
-          Te quise, te quiero y te querré. Siempre. No lo dudes, nunca, ni siquiera por un instante dudes de mi amor, no hay nada más verdadero, más puro, más único, más intenso en el universo conocido y en el que falta por conocer. Puede que no vuelva a tocar cada centímetro de esa piel que tan loco me vuelve, que no vuelva a sentir tu sonrisa en medio de un beso solo nuestro, que mi cuello no vuelva a ser mordido por esa boca que deseo más que al fruto más preciado. Pero eso jamás será motivo suficiente para acabar con este amor. No existió, no existe y no existirá nada para acabar con él. Te lo prometo. Esto es para siempre. Y cuando digo siempre, es una promesa, mi promesa hacia ti, mi promesa de amor. Porque, Carolina, no te haces idea de cuánto te amo. Podría partirse ahora mismo el mundo en dos que ni me daría cuenta, ¿y sabes por qué? Porque cuando te tengo cerca solo existimos tú y yo, lo demás no importa. ¿Acaso hay algo mas valioso, mas importante, más hermoso que un ‘nosotros’? No, claro que no. Lo único que se le acerca es tu rostro, y mira que es difícil superar tu hermosura. Guardaré tu cara, el recuerdo del tacto de tu cabello, el sabor de tus labios, te guardaré a toda ti- cogió con sumo cuidado, como si de una rosa se tratará, el dedo índice de ella y dio con él unos toquecitos sobre su pecho izquierdo, justo donde estaba su corazón- Aquí. Justo aquí. Porque este corazón solo late por ti. Y jamás dejará de hacerlo. Te lo prometo.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Capitulo 22.


-          Después de darme cuenta de que no podía ir en contra de lo que sentía, subí corriendo a buscarte, pero no estabas en tu habitación… pasaron dos días y no aparecías, aunque nadie le dio mucha importancia, pues el tema de Greta nos traía a todos de cabeza, pensaban que si no habías ido a dormir es porque estarías en la habitación de alguien o que si no bajabas a cenar era porque no tenias apetito. Pero yo ya no aguantaba mas las ganas de verte, así que use una especie de localizador natural pero no te encontró… entonces supe que estabas aquí- al ver mi cara de desconcierto Jack, añadió:- el único lugar que no puede ser localizado es la Torre Del Gran Maestre.
-          ¿Qué es este lugar, Jack?
-          No… no estoy seguro- dijo, agachando la cabeza un poco avergonzado- solo sé que tu padre vivió aquí.
Los ojos se me iban a salir de las orbitas. ¿Mi padre? ¿Allí?
-          ¿Recuerdas como llegaste aquí?
Tardé unos segundos en contestar; segundos que parecieron hacérseles eternos a Jack.
-          Fui a ver a Dereck, entré en su habitación y… no sé, tengo esa parte borrosa, creo que tropecé y me di un buen golpe en la cabeza- tragué saliva- cuando desperté estaba aquí.
Jack se quedó asimilando lo que le acababa de contar. Se levantó y se acercó a mi derecha, observó fijamente el borde de la pared.
-          Mira, Lis, estas marcas…
Me levanté y observé intrigada lo que a él le llamaba tanto la atención. Eran unas marcas tribales, con formas arredondeadas, algunas se asemejaban a una serpiente enrollada o la cascara de un caracol, otras eran como tridentes o simples garabatos grabados en la pared. Me resultaban vagamente familiares. Jack sacó unos papeles que estaban doblados del bolsillo trasero de su pantalón. Desplegó el papel arrugado ante él. Tenía el papel ante sus ojos y lo observaba atentamente.
Me fije en él. En la fina curva que dibujaban sus labios cada vez que se le pasaba alguna brillante idea por la cabeza; como entrecerraba sus grandes ojos para concentrarse mejor; como el suave viento que entraba por la pequeña ventana hacia remover sus rizos; como levantó una ceja al ver que me había quedado embobada observándole. Me reí.
-          Si me miras no me puedo concentrar.
Seguí mirándolo.
-          Al diablo- dijo mientras tiraba los papeles al suelo.
Me cogió de la muñeca, acercándome a él y me besó.
* * *
-          En el banco de pared, en la habitación donde mi madre se cambiaba- dije.
-          ¿Estás segura de que los vistes ahí?
Asentí.
Jack puso al lado de un símbolo la hoja que sostenía en la mano.
-          Es casi idéntico- murmuré.
-          Ese “casi” es el que marca la diferencia- dijo Jack- este símbolo- señaló con la barbilla el papel- es el emblema de los Capa Dorada, y este otro.. este otro no tengo ni idea de que es.
-          ¿Los Capa Dorada?
-          Si, es como una organización, ya te hablare de ellos, ahora hay que darse prisa, anda, pásame esos papeles de ahí.
Le acerqué unas cuantas hojas en blanco. Jack las puso sobre la pared grabada y paso por encima un carboncillo, haciendo que las marcas se quedaran grabadas en el papel.
Se oyeron unos pasos.
-          Tenemos que salir de aquí.
-          ¿Cómo? No podemos salir, alguien se acerca- dije.
-          Corre, ponte de nuevo los grilletes y hazte la dormida ¡Corre!- dijo Jack mientras guardaba a toda prisa los papeles en su bolsillo y su tersa tez se volvía arrugada y pálida.
Hice lo que me decía. Corrí hacia donde estaban las cadenas y las volví a posar alrededor de mis muñecas. Cerré los ojos e intenté controlar mi respiración.
Oí el chirrido que producía la pesada puerta al abrirse. Tuve la tentación de abrir un poco los ojos para ver que sucedía pero me contuve. Oí un golpe seco, como si hubieran golpeado a alguien con un bastón o un trozo de madera. Oh, no, Jack.
Abrí los ojos. Jack forcejeaba con un hombre vestido de negro que llevaba una media capa dorada colgando de su fuerte y varonil cuello. Le hombre murmuró algo y Jack se desplomó contra una pared, empujado por una fuerza invisible. No aguanté mas. Me deshice con gran velocidad de los grilletes y miré con furia a aquel hombre que acababa de posar su oscura mirada sobre mí. Deseé con todo mi ser que recibiera mucho mas daño que el que acababa de recibir Jack. De repente, algo hizo sacudir mi pecho de golpe, con fuerza, hacia arriba. Después, lo único que recuerdo era una luz cegadora y el grito ahogado de mi nombre.

sábado, 2 de junio de 2012

Capitulo 21.


Oí el golpeteo de unas cuantas gotas contra el suelo. Silencio. Plom. Plom. Plom. Silencio. Plom. Plom. Plom. El ruido de las gotas se mezcló con los pitidos de mi cabeza, que iban en aumento. Abrí los ojos. Tenía la vista nublada, enseguida los volví a cerrar. Intenté llevarme las manos a los ojos, para refregármelos pero algo me lo impedía. Estiré. Nada. Algo mas fuerte que yo sujetaba mis muñecas a la pared. Removí de arriba abajo y de abajo arriba la muñeca, un metal duro chocó contra el hueso causándome un gran dolor. Grilletes. Lo que tenía en las muñecas eran grilletes. No me hacía falta ver con nitidez para darme cuenta de ello. Hacía solo unos meses, para Fin de Curso en la obra de teatro del instituto me había tocado hacer de presa y sabía de sobra lo que se sentía al estarlo. Aunque claro, comparados con estos los grilletes de la obra eran pura plastelina. Aquellos dolían un poco al moverte; estos causaban autentico dolor. Moví los tobillos para ver si también tenía grilletes en ellos, pero no. Lo único que se oyó fue el tintineo de las cadenas al rozar entre ellas, acompañado de las gotas que seguían cayendo no muy lejos de mí.
Oí un chirrido, como si estuvieran abriendo una fuerte puerta de hierro. Unos pasos ligeros; otros mas pesados. Un siseo acompañado por el chirrido de unos dientes. Algo peludo me rozó el pie descalzo, cuando se alejó su cola me golpeo. Hice una mueca de asco, deseando que no hubiera sido una rata.
- ¿Esta despierta?- preguntó una voz. Era una chica.
Me centré en regular mi respiración, con tal de parecer dormida. Noté como me pegaban con una vara en el costado. No me inmuté.
- Parece que no- dijo otra voz, esta vez masculina.
Las voces resonaban en mi cabeza como en estéreo. Me dolía muchísimo y las confundía entre ellas y el goteo de la lluvia y el siseo de las patitas de la rata saltando de charco en charco.
- ¿La va a matar ya?
- Esp…
Las voces se fueron apagando poco a poco hasta convertirse en un silencio tétrico y sofocante. Los parpados me pesaban mas que nunca. Perdí el conocimiento mientras el collar ardía sobre mi cuello.
Por fin pude abrir los ojos. Ver las cuatro paredes que me mantenían encerrada. Eran de piedra tosca, que en su día debió ser blanca o grisácea y ahora estaba negra y mohosa. En lo alto de una pared había una ventana, con rejas. El techo era una boca oscura a mas de 10 metros de altura. Me sentí como una princesa encerrada en su torre, a esperas de ser rescatada por un principie. Solo que ni tenía corona ni príncipe. A mi derecha había una gran puerta de hierro forjado que ocupaba casi toda la pared. En la pared de enfrente había pequeñas inscripciones que me resultaban vagamente familiares. No muy lejos de mí, las gotas seguían cayendo sobre el pequeño charco que se había formado en el húmedo suelo. Me picaba la oreja, levanté inconscientemente la mano para rascármela. Las cadenas que rodeaban mis muñecas me lo impidieron. La parte de debajo de la muñequera de hierro negro estaba enrojecida por culpa de la presión. Desee estar libre, abrir las esposas, romper las cadenas; sin embargo el hechizo con el que habían sido selladas era demasiado poderoso. La luz de la Luna se reflejó en el charco. Vaya, ni siquiera me había dado cuenta de que era de noche. ¿Cuánto llevaba inconsciente?
Un chirrido llamó mi atención. Me giré de golpe; mirando hacia la puerta de hierro. Un hombre encorvado entró, llevaba puesta una capa de montar en color marrón sobre un pantalón de pana. Me miró con sus oscuros ojos de hurón.
- Puedes irte, ya me encargo yo de ella- le dijo a una sombra de detrás de la puerta.
- ¿Esta seguro, maestro?
- No me rechistes, ahora vete.
La puerta se cerró, dejándonos a mi y a aquel anciano en la penumbra que se iba apoderando de la celda.
Se acercó a mí. Sacó de la nada, por arte de magia, una vara. Comenzó a golpearle contra la pared, con furia, cada vez con mas fuerza. Una fuerza que no parecía tener en un primer momento aquel hombre bajito y con un surco de arrugas por toda su piel.
- ¡Vas a escucharme bien! ¡¿Entiendes?!- me gritó mientras me señalaba que me callara colocando el dedo índice sobre sus finos y agrietados labios.
No entendía nada así que me mordí el labio en silencio.
- ¡Muchacho!- gritó el anciano acercándose a la puerta. Abrió una ventanita de la puerta y dijo:- no quiero que nadie se acerque en 72 horas, ¿entendido? Matar a una hermana lleva su tiempo.
- Sí, maestro.
- Que nadie suba, bajo pena de exilio.
- Sí, maestro.
- Ahora vete, y esta vez de verdad.
El anciano volvió a cerrar la ventanita. Y me miró fijamente. Esperó unos segundos, agudizando el odio. Supe que estaba comprobando que ya no había nadie en la torre. Se acercó a mi y se puso de cuclillas a mi lado.
Tenía miedo. Mucho miedo.
Me acaricio la mejilla con el dorso de la mano. Me aparté lo que me permitían las cadenas con gesto de asco.
El anciano se rió.
Poco a poco en su rostro se fueron difuminando las arrugas. Su boca pequeña y agrietada se transformó en una cálida y suave. Sus ojos diminutos de hurón adquirieron una tonalidad dorada mientras crecían de tamaño y eran repoblados por centenares de largas pestañas negras. El escaso cabello canoso se volvió ondulado, rubio y espeso. La joroba fue sustituida por unas amplias y fuertes espaldas.
Tenía ante mi al mismísimo Jack Van Harse.
Me estremecí.
Alzó la mano, para acariciarme de nuevo, pero esta vez no me aparté ni puse cara de asco.
- ¿Vas a matarme?- pregunté con voz temblorosa.
Jack se rió.
Le propine una patada. Acto seguido me arrepentí, pues me dolía todo el cuerpo y mas aún si me movía.
- Eh, estate quiera- dijo mientras reía.
- ¡No te rías! Dime, ¿piensas matarme?
- Si quisiera matarte ya lo habría hecho- dijo- voy a sacarte de aquí- prometió.
- ¿Cómo?
- Emm.. eso aun esta en proceso de ser pensado- dijo mientras se encogía de hombros- al menos he sabido como llegar hasta ti.
Hice una mueca.
- Veamos…- dijo mientras acariciaba los grilletes- me costará un poco quitarlos.
Se concentró en el negro de las esposas.
- Jack.
Alzó la mirada, hacia mí, atravesándome con ella.
- ¿Hmmm?
- ¿Por qué ahora eres así conmigo? Ayer no podías ni verme.
- Ayer, lo que es técnicamente ayer, estabas aquí encerrada así que no podía verte…
- Vamos, sabes a lo que me refiero.
- Digamos que confundí muchas cosas- murmuró Jack.
- ¿Cómo cuales?- insistí.
- Cosas.
Puse los ojos en blanco.
- Haber, digamos que me he dado cuenta de que…
- ¿De que…?- insté.
- Pues de que me gustas.
Y por primera vez en mi vida creo que me quedé sin palabras.
- ¿Yo? ¿Te.. te..gusto..?
- Si y ahora no te muevas tanto, anda, que no creo que quieras quedarte encadenada el resto de tu vida.
“No me importaría si tu estas a mi lado”, pensé.
- Creía que no podía estar contigo, nose, que no estaba bien lo que sentía, por eso me alejé de ti- murmuró de repente.
Sabía que algo debía haber pasado para que cambiara de opinión. No me tragaba este cambio tan radical de Jack. ¿Quién habría hablado con él? ¿O que habría visto? Lo conocía y sabía que solo me contaría lo que quisiera contarme, que no iba a poder sacarle nada.
- Tu no eres Jack- declaré.
Por un momento se me pasó por la cabeza la idea de que Jack no se había transformado en el anciano si no que el anciano se había transformado en Jack.
Él volvió a reírse.
- Claro que soy Jack.
- No.
- Si.
- Que no.
- Que te digo yo que si.
- Haber, que yo te digo que no.
Y antes de que pudiera terminar la frase se acercó a mí y rozó sus labios con los míos, suavemente.
- Una vez te dije que la mejor manera de callar a alguien era con un beso- sonrió.
No pude evitar sonreír.
- ¿Eres siempre asi de bipolar?
- Si, bueno, se podría decir que si- dijo encogiéndose de hombros.
- Te gusto, me odias, me besas, me ignoras…
- Ya no. Ahora estoy seguro de que no eres ella.
- ¿Quién no soy?
- Mejor te digo quien eres- dijo, mirándome directamente a los ojos- eres la persona por la que me he escapado del internado, he atravesado el bosque en plena tormenta y he escalado una vieja torre para llegar a ella.
- Te ha faltado lo de convertirte en viejo.
- Si, bueno, daños colaterales, pero reconoce que aun asi estaba irresistible.
- Si, vamos, eras todo un viejo cañón- reí.
- Calla, que me sonrojo- rió Jack.
Acarició de nuevo los grilletes, murmurando palabras ininteligibles. Note como poco a poco se iban aflojando.
Por fin cedieron y cayeron sobre el suelo, causando un gran estrepito. Me frote las muñecas enrojecidas y las moví arriba y abajo. Jack se me quedó mirando con una sonrisa en los labios.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué sonríes?
- Porque he estado demasiado tiempo reprimiendo la sonrisa que me sale sola cuando te veo.
Sin pensármelo dos veces me abalancé sobre él y le besé.
- Lo siento- murmuró, con su jugosa boca a escasos milímetros de la mía- siento haberte hecho esperar.
- No importa, pero por favor, prométeme una cosa.
- Lo que sea.
- Promete que no te iras- dije- otra vez no, por favor.
- Nunca más.

lunes, 7 de mayo de 2012

Capitulo 20.


Estaba completamente perdida. No sabía donde había ido a parar siguiendo a Jack. Intenté encontrar de nuevo la pared de madera, pero no tuve suerte. Solo había paredes de piedras y arenas. Oí unos jadeos. El corazón se me aceleró con la esperanza de que Jack estuviera cerca. Cuando una masa chocó contra mi cuerpo, haciéndome caer sobre el terroso suelo, me di cuenta de que no se trataba de Jack. Alcé la vista y me crucé con sus ojos azules. Pero rápidamente el llamativo color rojo amarronado que había sobre su blanca camiseta de algodón llamó mi atención. Tardé un poco en darme cuenta de que era sangre. Sangre que salía de una herida en su costado.
-          ¡Dereck! ¿Qué ha pasado?
-          Ya te lo explicaré, corre, hay que salir de aquí- dijo, cogiéndome de mi mano y comenzando a correr. Arrastrándome tras él- Mas rápido, Lisbeth., ¡Corre!
Varias veces estuve apunto de tropezar y caerme pero Dereck me sujetaba con firmeza. No veía nada. No sabía adonde me llevaba. Unos minutos después se detuvo, toqueteó algo en una pared y comenzó a crujir la gran piedra que teníamos ante nosotros. Se abrió con gran lentitud, dejando ver tras ella un par de arboles y las gotas de lluvia cayendo sobre ellos. En cuanto se abrió lo suficiente para poder pasar, Dereck me arrastró al exterior sin esperar a que se abriera por completo. La lluvia comenzó a caer sobre mi cabello, mis hombros y mis piernas desnudas. Removí los dedos sobre la hierba mojada y entonces un recuerdo cruzó mi mente.
Era yo, con cuatro años y mis dos trenzas con flores enredadas en ellas. Mi padre no paraba de reir y señalar un lugar tras otro.
-          ¡Ahí, mi niña! ¡Ahí!
Entonces yo desaparecí…
El recuerdo se fue difuminando rápidamente y acabó por desaparecer. Me comenzó a arder el cuello. Jamás había sentido tal presión en el cuello. Esto eran recuerdos. No esas visiones que me provocaban tanto dolor de cabeza, y que desde que llegué al Buchiller habían desaparecido.
-          ¡Ah!- grité. El dolor era muy agudo.
La cara de Dereck se desencajó al parar la vista en mi cuello. Baje la vista y vi como tenía una mancha oscura en forma de hadita en el cuello, en el lugar donde antes había estado el colgante. Me lo toqué con cuidado. Estaba ardiendo. Dereck me miraba atónito, pero no pronunciaba palabra alguna.
-          ¿Qué pasa? ¿Por qué arde?- pregunté, frotándome la herida.
-          Es un.. encantamiento.
-          ¿Qué?
-          Déjalo, ven, vamos a curarlo.
Enlazó su mano con la mía y desaparecimos. Sentí unas cosquillitas en el estomago, como las que sientes cuando estas en la cima de una montaña rusa y sabes que en cualquier momento vas a caer en picado. En un visto y no visto, me encontraba junto al arroyo, solté la mano de Dereck y le miré extrañada.
-          ¿Cómo has hecho eso?
-          Se me da bien transportar gente- dijo mientras se encogía de hombros.
Se acercó a unos matorrales con grandes hojas verdes, cogió dos y se sentó de rodillas, a mi lado. Las dejó sobre el suelo terroso, y comenzó a machacar una con una piedra puntiaguda. La hoja fue desapareciendo, dejado ver una masa homogénea y pastosa de un color verde amarillento. Cuando estuvo bien machacada y ya casi no había ni rastro de la hoja, aplicó un poco de esa pasta en la otra hoja y la presionó contra mi cuello, donde tenía la marca del collar. Escocía, y mucho. Pero al medio minuto, era alivioso y calmante. Quitó la hoja, limpió los restos de la pasta con la manga de su camiseta de algodón y me miró extrañado. Bajé la vista: la marca había desaparecido.
-          ¿Quién te dio el collar, Lis?
-          Fue un regalo de Gregorio…- dije, mordiéndome el labio.
Dereck frunció la boca y me miró lastimero. Me removí un poco, y le propiné un codazo sin querer. El se quejó, arrugó el rostro, y se llevó la mano a las costillas izquierdas. Entonces bajé la vista y caí en la gran mancha roja que tenía en el costado.
-          ¡Oh, Dereck! ¡Ven, tenemos que ir a la enfermería!
-          Soy brujo, no necesito ir a la enfermería, Lis- dijo con una sonrisa, intentado ocultar el dolor que sentía.
-          Pues cúratelo, tiene muy mala pinta.
Dereck hizo una mueca. Se puso de nuevo en pie, al hacerlo se tambaleo. Le sujete con fuerza por la cintura, cuidadosa de no tocar la herida, de la cual seguía saliendo sangre. Una gotitas mancharon su pantalón de pijama azul claro, con rayas verticales finas y blancas.
-          No tengo fuerzas para teletransportarme- le costaba horrores hablar- así que tendrás que hacerlo tu. No creo que pueda llegar hasta mi cuarto si no es así, y allí tengo lo necesario para curarme la herida…
Tragué saliva. Yo no era capaz de teletransportarme mas de cinco metros. Bff… Tenía que hacer algo o si no Dereck se desangraría allí mismo, entre mis brazos. Saqué el móvil del bolsillo, esperanzada, pero en cuanto vi que no se encendía caí en la cuenta de que hacía ya un rato que estaba sin batería. Maldije por lo bajo por haber malgastado la batería con la linterna. Oí un grito. Seguido de un aullido. ¿Lobos? ¿Había lobos en el bosque? No, eso no era posible. Otro grito. Y otro.
¿Qué estaba pasando?
-          Dereck, quédate aquí, ahora vengo- dije, sin demasiada convicción.
-          No, es peligroso.
-          ¿Hay lobos?
-          No, pero..
-          Entonces no pasa nada, recuerda que soy una bruja- le guiñé un ojo y lo dejé con delicadeza recostado contra el tronco de un olmo.
Me abroché la cremallera de la chaqueta y arrugué la nariz, si llevará un pijama compuesto por short y camiseta, como de costumbre, la gasa del voluminoso camisón no se engancharía cada dos por tres en ramas sueltas. Seguí adentrándome en el bosque, hacia donde me parecía que provenían los gritos. Oía una fuerte respiración de animal, un poco jadeante. Pero Dereck me había asegurado que no había lobos así que… Choqué contra algo peludo y pegué un grito. Otro grito se unió al mío. Abrí los ojos y me crucé con la aviesa mirada de Martha. Estaba envuelta en una manta de terciopelo negra y llevaba el pelirrojo cabello alborotado.
-          ¡Por Dios, Lisbeth! ¡Que susto me has dado!- dijo Martha, suspirando aliviada- ¿Qué haces aquí?
Ya me estaba empezando a cansar de que todos me hicieran la misma pregunta.
-          No… no podía dormir- mentí- ¿y tu?
-          He ido a esconder las botellas de vodka, JB, whisky, cervezas y demás, para la fiesta del Viernes- dijo, despreocupadamente. Como si esconder bebidas alcohólicas en mitad de una noche de tormenta fuera lo mas normal del mundo.
-          ¿A estas horas? ¿Y con este tiempo?
-          No esperaras que lo haga en pleno día, con la señora Cornelia por ahí rodando ¿verdad?- Martha puso los ojos en blanco- Además, acaba de escampar.
Alcé la mirada al oscuro cielo decorado por la espumosidad de miles y miles de nubes mas negras aún. Una gota golpeó mi mejilla. Pronto volvería a llover.
-          ¿Y esos gritos? ¿Has sido tu?
-          ¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio?- rió Martha- Ha sido Paloma que se ha resbalado con un charco, y bueno, para ella ir impoluta es lo mas importante.
No se porqué, pero los argumentos de Martha no me convencieron lo mas mínimo. Iba a preguntarle por el aullido pero entonces me acordé de Dereck.
-          Bueno, vale, pero, escucha, Dereck esta herido, tienes que ayudarme a teletransportarlo hasta su habitación.
-          ¿Dereck? ¿Herido?- dijo alteradamente Martha- Llévame hasta él, rápido.

* * *

Cuando salí de la habitación de Dereck todo el internado parecía haberse levantado a pesar de que el sol aún no se había puesto del todo. Los alumnos rondaban cual fantasmas por los pasillos, casi todos ellos en pijama y con ligeras ojeras. Un grupo de chicas estaba llorando y se abrazaban entre ellas. No le di importancia, seguramente a una le habría dejado el novio y a la otra se le habrían quedado pequeños los tacones para el baile en honor a la directora. Giré a la derecha y, a lo lejos, divisé la alta y complexa figura de mi hermanastro. Estaba hablando con Jack. Este hecho me sorprendió mucho mas que el que, un domingo en plena mañana, la mayoría de residentes del internado estuviera dando vueltas por los pasillos. Entonces supe que algo iba mal. Las gotas de lluvia golpeaban con desgana contra los ventanales, mientras el sol se escondía tras unas cuantas nubes. ¿Qué hora era? Mi mirada se cruzó con la de Jack, para mi sorpresa no la apartó. Hizo un gesto con la cabeza, en mi dirección y dijo algo, pero desde donde estaba era incapaz de oír lo que decía. Daniel y Jack se alejaron el uno del otro rígidamente, como si el hecho de estar a pocos metros el uno del otro les enfermara. Con una sonrisa de alivio, mi hermanastro se acercó a mí.
-          Estaba muy preocupado, Elisabetta- dijo, abrazándome- menos mal que estas bien.
-          ¿Qué hora es, Daniel? ¿Por qué están todos despiertos?
Abrió su jugosa boca para contestarme, pero las campanadas del reloj de pared que había en la sala lo interrumpió. Eran las seis de la mañana.
La gran puerta se abrió del golpe, dejando pasar a una acelerada señora Cornelia, en bata y pantuflas, con su larga melena lisa suelta, golpeando contra mas allá de su cintura. La acompañaban dos hombres, uno de tez morena, con el cabello muy corto y unos inquisidores ojos. El otro era bajito y asiático, llevaba el pelo engominado hacia atrás, recogido en una coletilla. Iban vestidos con traje oscuro y corbata. Por un momento me parecieron dos guardaespaldas, pero el hombre asiático, con su escasa estatura y su pequeña complexión raramente lo sería. El moreno, perfectamente podía serlo, era un hombre grandote y alto.
La puerta volvió a abrirse, dejando paso a una mujer joven, de melena negra y ojos gatunos, de un intenso color verde. A su lado estaba Richard.
La señora Cornelia, al oír abrirse de nuevo la puerta, se giró y esperó hasta que la chica y mi padrastro llegaron hasta ella.
-          Richard, Ángela, por fin- susurró la directora.
La extraña comitiva pasó por nuestro lado, y desapareció escaleras abajo.
-          ¿Quiénes eran, Daniel? ¿Qué hace aquí tu padre? ¿Qué esta pasando?
-          Es Greta…- Daniel tragó saliva- ha muerto.
-          ¡¿Qué?!- exclamé, desentornando mis ojos por la impresión.
-          Anoche, en el bosque, durante la tormenta- me aclaró mi hermanastro- ha sido asesinada. Por eso esta aquí el Consejo.
-          A..ase…¿asesinada?- tartamudeé.
Daniel asintió y me acarició el brazo, a modo de consolación.
-          Todo ha sido muy extraño, por eso ha venido el Consejo, Greta no podía morir, estaba en su segunda vida…- la voz de Daniel se fue apagando poco a poco.
-          ¿Fue un animal?- pregunté de repente, recordando el aullido que había oído hacia solo unas horas.
-          En un principió se creyó que si pero ahora no están tan seguros… hubo magia de por medio.
El labio me tembló.
-          A lo mejor Martha sabe algo- dije pensando en voz alta.
-          No creo, no salió en toda la noche de su habitación…
-          ¿Qué?
-          Los únicos que estábamos fuera de nuestras habitaciones éramos tu, Jack, Dereck y yo.
-          Y Paloma. Y Marta- añadí a la lista.
Daniel me miró interrogativo.
-          Vi a Martha en el bosque, me dijo que estaba con Paloma…
-          No puede ser, Paloma estaba conmigo.
“Daniel Van Harse, acuda al despacho de la directora, por favor”, dijo una voz mecánica, proveniente de los altavoces. El mensaje se repitió otras dos veces.
-          No digas a nadie que estuviste en el bosque- me susurró Daniel al oído, me dio un beso en la mejilla y desapareció por el pasillo de la izquierda.
Sin pensármelo dos veces, subí corriendo escaleras arriba, hacia la planta masculina. Tenía que informar a Dereck de lo que estaba pasando, probablemente lo que atacó a Greta también fuera el causante de su herida. Entré sin llamar, estaba demasiado nerviosa como para pensar en el protocolo.
Lo que vi me paró el corazón.