martes, 31 de enero de 2012

Capitulo 9.

-          ¡¿Y cuando pensabas decírmelo?!- exclamé mientras sacaba del armario dos vaqueros.
Mi madre se mordió el labio inferior.
-          Veras, cariño, surgió muy rápido y… y además, Richard y yo pensamos que lo mejor era que estudiases con tus hermanos.
Lancé los vaqueros sobre la maleta, medio vacía, que había sobre la cama.
-          ¿Y porque no se cambian ellos?- la situación era exasperante.
-          Porque ellos son tres, y además, el Buchiller es una de las mejores academias de estudios que hay.
-          ¿Y que pasa conmigo? ¿Con Cris? ¿Y con el club de natación?- dije cerrando de golpe un cajón del sifonier.
Mi madre comenzó a doblar los vaqueros y a colocarlos ordenadamente dentro de la maletita.
-          Harás nuevos amigos allí, podrás ver a Cristina en vacaciones, y seguro que también tienen un club de natación en Buchiller.
Me deje caer sobre un puf.
-          Mamá, ya me lo hiciste una vez- murmuré- por favor, no me lo vuelvas a hacer.
-          Oh, Lis, pero si no te mudas de continente otra vez. Solo te vas a un internado.
-          ¿Te parece poco?- cogí un cojín y me lo aplaste contra la cara- También dijiste que volveríamos de vacaciones a Italia, que vería en verano a Giuletta o Flippo- suspiré apesadumbrada- y aun no hemos vuelto.
Mi madre había comenzado a sacar más ropa y a ordenarla en la maleta.
-          Cariño, ya esta decidió- me acarició la mejilla- no le des mas vuelta ¿vale?
Como respuesta, refunfuñé.
-          Acaba de hacer la maleta y baja a cenar- me besó la mejilla.
Mi madre salió de la habitación. No hacia ni una semana que había guardado mi ropa en aquel armario empotrado y ya la estaba sacando. Me daba igual lo buena que fuera la academia Buchiller, o si tenía el mejor club de natación del mundo. A mi me gustaba mi instituto, con sus paredes blancas y sus taquillas monocolores todas iguales. Con sus pasillos estrechos y su cantina, donde hacían unos bocadillos y unos dulces deliciosos. Y lo que mas me gustaba era que allí había conocido a mis mejores amigos. A Cris, que rápidamente, se había convertido en mi mejor amiga. A Julia, con la que las risas estaban aseguradas. A Nick… a todos. Ya había pasado una vez por eso. Ya había abandonado Italia y a mis amigos una vez. Y no quería volver a pasar por ello. No quería.
Un golpe y un gemido proveniente del balcón me sobresaltó. Me levanté y me dirigí a la gran puerta de cristal que daba al balcón, desplacé las cortinas y salí al frío de la noche.
-          Desde luego, no te ganarías la vida como ladrón- dije al verlo- te he oído hasta con los cascos puestos.
Jack me miró divertido.
-          Solo es cuestión de practica- colocó la maceta que había tirado de nuevo en pie- y, además, hacia ya un año que no subía hasta el ultimo piso.
Le sonreí.
-          Anda pasa, que como alguien te vea, sacaran a los perros.
Entramos en mi cuarto. La verdad era que habían decorado mi cuarto de una manera exquisita. Todo lo que había en él me encantaba. Sobre todo su gran cama con dosel.
-          Siéntate, si quier…- pero él ya se había acomodado sobre mi cama.
Echó el cuerpo hacia atrás y colocó los brazos sobre la nuca. Me hizo un gesto para que me acomodara a su lado. Yo, ni corta ni perezosa, me tumbé en mi cama. A unos escasos centímetros de él.
-          Creo que te debo una explicación- dijo, mirando hacia el techo.
Asentí, y me recosté hacia un lado, para poder apreciar su perfil.
-          Yo… veras… no, esto… no suelo ser así.
-          ¿Así como?- le miré extrañada.
-          Débil- apretó al mandíbula- yo no me dejo consolar por chicas.
Puse los ojos en blanco.
-          Lo que quiero decir, es que no me gusta expresar mis sentimientos- por una milésima de segundo me miró a los ojos, luego volvió a dirigir su vista al techo- será mejor que olvides lo de esta tarde, yo no soy así.
Me incorporé un poco, apoyándome sobre el codo.
-          ¿Ah, no? ¿Y como eres? ¿Un don Juan narcisista con un corazón de piedra?- me había pasado pero su actitud me desconcertaba- porque, te recuerdo, que llorar es de humanos.
Él se encogió de hombros.
Estuvo un rato en silencio, con la mirada perdida. Se había cambiado de ropa y peinado. Pero, para variar, seguía estando arrebatador. Me pregunté donde vivía, ya que por lo que tenía entendido la hermana de Richard había muerto, y su padre, bueno, su padre se había suicidado. Una historia triste la que oí a hurtadillas una noche en el despacho.
Entrelacé mis dedos con los suyos.
-          Jack- le obligué a mirarme a los ojos- a mí… a mi me tienes para todo. Todo. Yo no soy una Van Harse. Yo no te odio. Y nunca lo hare.
Jack se incorporó medio cuerpo, al igual que yo. Ahora nuestras frentes estaban a escasos centímetros.
-          ¿Me lo prometes?
-          Te lo prometo.
Unos golpes en la puerta nos sobresaltaron.
-          ¡Corre, escóndete en el balcón!- le susurré.
Como si me hubiera leído el pensamiento, Jack ya se había dirigido hacia la cristalera.
-          Adelante- dije mientras cogía una revista que tenía sobre la mesilla, para disimular.
Daniel apareció por la puerta. Llevaba un bote de nocilla en una mano. Y dos cucharas en la otra.
-          Buenas noche- dijo con una sonrisa, acercándose hacia mí.
Le sonreí.
-          Te he traído nocilla, ya que antes no hemos podido ir a la cocina- por un momento vi resentimiento y una pizca de rencor en sus profundos ojos negros.
-          Te lo agradezco mucho, Dani, pero me duele la barriga- hice una mueca- me acabo de comer dos bolsas de papas- mentí.
Daniel se encogió de hombros.
-          Lo siento. Y también siento lo de hoy.
-          No pasa nada, Lis, todos cometemos errores.
Se sentó en el borde de la cama y me cogió la mano.
-          ¿Errores?
-          Sí, tranquila, salir tras Jack ha sido un error pero lo pasado, pasado esta- me sonrió.
-          Salir tras Jack no ha sido un error- le miré seria- el error ha sido que le tratéis tan mal.
-          No hables de eso. Tú no sabes nada- Daniel tensó la mandíbula.
Quité la mano que me había cogido con brusquedad.
-          Sal de mi habitación, por favor, tengo sueño.
Él asintió.
En el umbral de la puerta se volvió hacia mi.
-          Lo siento- me dijo- siento si te he ofendido, pero es la verdad.
-          Buenas noches, Daniel.
Cerró la puerta tras de sí. En cuanto oí sus pasos alejarse me levanté de un salto y fui directa al balcón. La oscuridad me abrazó y busque con la mirada al chico que de verdad deseaba que lo hiciera. Pero no había ni rastro de él. Se lo había tragado el negro de la noche.
* * *

-          Te traigo un tazón de leche y galletas- Valerie entró por la puerta- no has cenado nada. Debes de estar hambrienta.
Llevaba puesto un pantalón corto de pijama con corazoncitos rosas y una camiseta de tirantes con un gran piolín en el centro. Un fino batín corto, complementaba su ropa de noche. Se había recogido el negro cabello en una trenza despeinada que le caía sobre el hombro izquierdo.
-          Gracias- le sonreí.
Nos acomodamos en la cama y cogí el tazón de leche.
-          Daniel me ha contado lo que ha pasado- dijo mi hermanastra- no te lo tomes a mal. Es que su… empatía… con Jack le ciega.
Me encogí de hombros y bebí un sorbo.
-          ¿Por qué le odiáis?
-          ¿A quien? ¿A Jack?
Asentí mientras cogía una galleta y le daba otra a Valerie, que la rechazó con un gesto.
-          Yo no le odio, siempre le he tenido mucho cariño- sus mejillas se volvieron un poco mas rosadas.
-          Tu…, pero Richard, Daniel.... casi todos los Van Harse le tratan fatal.
Valerie se encogió de hombros.
-          Viejas rencillas familiares, no te preocupes, Jack esta bien así. Siempre ha sido muy independiente.
Hice una mueca, y deje el tazón, a medio beber, sobre la mesita.
Valerie percató en la maleta a medio hacer que descansaba a los pies de la cama.
-          ¡Oh! Así que es cierto que vienes al Buchiller- me sonrió.
-          Eso se ve.
-          Te encantara, hazme caso- me acarició el hombro cariñosamente- y no te olvides de echarte bikinis- me sonrió.
-          Em… bikinis, vale, me echaré uno de rayas que tengo y el que me ha traído mi madre de las Maldivas.
-          Sí, la verdad, es que todo lo que nos han traído es precioso- me sonrió-  mi padre, siempre que se va de viaje, nos trae unos cuantos recuerdos y regalitos de allí.
Por un momento su mirada se tornó triste, pero enseguida volvió a ser tan jovial como de costumbre.
Mi madre y Richard habían llegado dos días antes por motivos que desconocía. Supongo, que sería por algún asunto de trabajo de Richard o cosas por el estilo.
-          Alice se acerca- murmuró Valerie.
Cinco segundos después tocaron a la puerta. Por ella apareció la gemela de Valerie. Llevaba un camisón azul corto y unas pantuflas a juego.
-          Valerie, ¿Dónde esta mi vestidito amarillo? ¿El que me pongo para ir a la piscina?- preguntó, mirándome con desprecio de reojo.
-          Creo que esta en el cajón de mi armario- Valerie la miró indecisa- o sino en el sifonier.
Alice asintió y desapareció.
-          ¿Como sabias que venía?
-          Ya sabes, la magia, tengo un oído muy fino- Valerie habló con indiferencia.
Me mordí el labio, pensando una y otra vez si debía o no pedirle ayuda a Valerie. Ayuda con las visiones, ayuda con el dolor insoportable de cabeza, ayuda.
Al final me decidí a hacerlo.
-          Valerie, no se nada de la magia. Nada- ella me miró con muchísimo asombro- enséñame, por favor.
Tardó un poco en asimilarlo todo.
-          El lunes- dijo- después de las clases nos reuniremos en el armario de la salita del tercer piso.
Asentí.
-          De todas formas ya aprenderás todo lo que necesitas saber en Buchiller.
Me quedé desconcertada.
Dos día y por fin acabaría todo. Por fin conocería mejor la magia. Solo dos días.

domingo, 29 de enero de 2012

Capitulo 8.

Pasé la página del pesado tomo que estaba leyendo y me removí en el sillón. Ya hacía cinco días de la boda de mi madre, ella y yo nos habíamos instalado en la mansión de los Van Harse. Era tan grande que podríamos estar incluso días sin vernos. Mi madre puso en venta el ático, lo vendió por mucho mas dinero del que lo había comprado, y, para mi sorpresa, lo ingreso en mi cuenta. Sí, esa cuenta que no podía abrir hasta dentro de dos larguísimos años. Richard y ella estaban de luna de miel, y no llegarían hasta pasado. El viaje estaba previsto para que durara tres semanas, pero tuvieron que apremiarlo por los negocios de Richard. Y así, estarían con nosotros el primer día del curso escolar. Sí, dios, solo me quedaba hoy y mañana de libertad. El lunes tendría que empezar de nuevo las clases. Daniel pasó por delante de la puerta de la enorme biblioteca de los Van Harse, al verme, se detuvo y entró.
-          ¿Qué lees?- me preguntó con sus ojos negros llenos de curiosidad.
-          Anna Karenina- cerré el libro, aunque lo deje lo suficiente abierto para que cupiera mi dedo y así no perder la pagina por la que iba- me lo tengo que acabar para el lunes. Y aun me quedan mas de 100 paginas- me lamenté.
La verdad es que ya debería haber echo el trabajo sobre Anna Karenina, pero nunca encontraba el momento. Sí al final va a ser cierto eso de que los estudiantes de ahora lo dejamos todo para el final.
-          ¿Anna Kareninna? Que yo sepa ni a Valerie ni Alice les han mandado leerlo- Daniel se encogió de hombros.
Se sentó el reposamanos de una butaca situada enfrente mía.
-          Fácil: no van a mi instituto- dije lo obvio.
-          Em… ya se que no iban a tu antiguo instituto, pero no entiendo por qué haces el trabajo si no vas a volver.
-          ¿Cómo?- me levanté de golpe.
-          Vas a ingresar en la Collage Academy Bullicher, donde vamos nosotros- Daniel se aclaró la garganta y al ver mi cara de espanto añadió:- pensé que lo sabias.
Apreté la mandíbula. Notaba como me hervía la sangre. ¡¿Cuándo pensaban decírmelo?! ¡¿Como me podían cambiar de instituto?! No había derecho. Si me cambiaban no vería todos los días ni a Cris, ni a Julia, ni a Nick… ¡a ninguno de mis amigos!
-          Debe de haber un error…- me negaba a creer que fuera cierto- ¿estas seguro de ello?
-          Sí, yo mismo estaba con mi padre cuando te inscribió.
-          Vaya mierda…
-          Eh vamos, no será tan malo… es una muy buena escuela y además, podemos usar hasta los ordenadores en las habitaciones.
-          ¿Qué? ¿Habitaciones?- deseaba despertar y que todo hubiese sido un mal sueño.
-          El Bullicher es un internado ¿no lo sabías, Lis?
Me dejé caer en el sillón con un resoplido.
-          Venga, anímate, ven- dijo, ofreciéndome la mano.
Doblé la esquina superior del libro, lo deje sobre la mesita donde descansaban grandes existos de la literatura, y me levanté.
-          ¿Dónde?
-          A comer nocilla directamente del bote- me dijo con una sonrisa- eso siempre anima.
Le sonreí y salimos de la biblioteca. Aquella biblioteca, con sus altísimos techos y cuyas paredes, desde el suelo al techo, estaban recubiertas de estanterías repletas de libros, era incluso mas grande que la planta de arriba de nuestro ático.
-          ¡Échalo, padre! ¡No quiero que pise mi casa!
Unas voces nos detuvieron ante la puerta, a medio cerrar, de la cocina.
-          Te repito que es mi casa y él es de la familia- reconocí la ronca voz (causada por los puros y el whisky) de Gregorio Van Harse.
-          ¡Es basura! ¡No es de la familia! ¡No de MI familia!- el hombre recalcó la palabra “mi”
-          Ya me voy, no te alteres, Richard- era la voz de Jack, esta vez, sin pizca de sarcasmo ni alegría.
¿Richard? ¿No se suponía que estaba en alguna playa de las Maldivas?
-          No, hijo, quédate, esta es mi casa y si quiero que estés en ella, lo estarás- dijo, tozudo, Gregorio.
-          No quiero estar en una casa en la que todos me odian.
Jack salió de la cocina y se chocó contra Daniel. La mirada asesina que se dirigieron fue escalofriante. Luego, por unos instantes, me miró a mí. Tenía los ojos tristes y juraría que por un momento pensé que se iba a poner a llorar. Pero no lo hizo, adelanto el paso y se dirigió al recibidor.
-          El chico tiene razón, todos le odiamos, hasta tu, padre, por mucho que intentes disimularlo.
En cuanto oí aquella frase tuve la necesidad de correr tras Jack, de abrazarle, de decirle que yo no lo odiaba. Debía de ser horrible sentirse así. Y más dentro de tu propia familia.
Me volví y salí corriendo hacia el recibidor. Daniel intentó detenerme, pero me solté y seguí mi camino. Al llegar al recibidor no había nadie. Ni una sombre. Salí fuera de la casa. La esplendida luz del sol me cegó durante unos segundos, luego corrí campo a través, por el denso jardín, que según tenía entendido era de grande como diez campos de futbol. Olía a flores. A flores frescas. Lo cual me extrañó, pues allí no había ninguna. Entonces me di cuenta de que el olor no era real, que provenía de mi mente.
La muchacha zarandeaba las piernas, que el colgaban por el borde del acantilado. Sentado a su lado estaba Henry. Bajo ellos había miles de pétalos de rosa de color blanco que habían sido esparcidos allí. La brisa le removía el castaño cabello y hacía que flotará en el aire. La luz del sol aclaraban aun mas sus ojos.
-          Estas preciosa.
La muchacha le sonrió y siguió tejiendo la corona de flores.
-          ¿Sabes? Me gusta este sitio- la muchacha miró al horizonte- el aire corretea libre, el mar va hacia la dirección que desea, incluso los pájaros vuelan donde les place. Me gustaría ser como ellos. Ser libre de elegir mi propio destino.
Él recapacitó un momento.
-          Puedes ser libre, lo sabes. Sabes que donde vayas, yo iré contigo. Siempre.
La muchacha negó con la cabeza. En lo mas hondo de su ser sabia que jamás podría ser libre, que su destino era estar con Charles. Se sentía hueca por dentro, como si su corazón hubiera dejado de palpitar, y solo resucitaba cuando estaba con Henry, entonces se ponía latir muy rápido. Tan rápido que en mas de una ocasión pensaba que iba a explotar. Pero no, solo experimentaba esa agridulce felicidad cuando estaba con él. Cuando no, sentía como el alma se le desgarraba, ni siquiera sentía como respirar. Simplemente, no sentía.
-          Sabes que eso no es cierto.
Me rasqué con brusquedad la muñeca enrojecida, al menos esta vez, la cabeza no me dolía a horrores. Y no se como, como en una palpitación, me dirigí al acantilado, ese mismo de la visión. Porque, a pesar de que lo había visto de lejos y solo una vez, no tenia ninguna duda de que era el acantilado de la mansión Van Harse. Corrí y corrí. Ni siquiera me detuve cuando me entró flato. De lejos divisé una sombre, sentada al pie del acantilado, con la piernas colgando.
Tomé aire y me acerqué.
-          Jack- susurré.
No me oyó, estaba demasiado inverso en sus pensamientos. Me senté a su lado.
Su rostro estaba semioculto, por las sombras que provocaba el sol sobre él. Pero aún así me percaté de que tenía algunas lágrimas resecas sobre las mejillas. Sin tan siquiera pensarlo, le abracé.
Tardó un  poco en devolverme el abrazo, pero cuando lo hizo, supe que no querría despegarme de ellos jamás. Jamás.
-          Jack… lo siento. Lo siento mucho.
Nos despegamos un poco, lo suficiente para poder mirarnos a los ojos.
-          No lo sientas, ya debería estar acostumbrado.
Estaba tan adorable e indefenso. Cuando no tenía puesta esa coraza de rompecorazones y narcisista, era realmente adorable.
-          No sé que decirte- intenté trasmitirle todo con la mirada, ya que palabras no hallaba.
-          No digas nada- sus ojos suplicaban que no le abandonara, que no le rechazara, como hacia su familia- solo abrázame.
Y así lo hice.

domingo, 22 de enero de 2012

Capitulo 7.


-         ¡Joder, que susto me has dado!
Yo no era muy miedica en cuanto a ver pelis de terror o bichos se refería, pero si que era cierto, que me asustaba con demasiada facilidad.
Daniel me observó. Entonces caí en la cuenta de que estaba desnuda. Me di la vuelta, he ice ademán de coger una toalla. Pero no había ninguna. Miré a través del atlético cuerpo de mi hermanastro. Allí, tras él, estaba la toalla.
-         Em.. ¿me pasas la toalla?
-         ¿Eh? Si, si, claro- Daniel se giró y me lanzó la toalla.
En un vano intento por que no me viera más desnuda (aunque ya, que mas daba) me di la vuelta y me enrolle la toalla alrededor del cuerpo.
-         ¿Me estabas espiando?
-         ¿Qué? ¡No!- Daniel pareció volver en sí- solo te estaba buscando y he entrado aquí, pensando que aún te estabas peinando, como cuando me he ido.
Sus ojos mostraban sinceridad, así que no dude en ningún momento de su palabra.
-         Sí, bueno, no pasa nada…- me ruborizé.
Me había visto desnuda. DESNUDA. Ay, Dios, que vergüenza.
-         Lo.. lo siento- él también se ruborizó levemente.
¡Oh, Dios mío! Que guapo que estaba cuando se ponía nervioso.
-         Bueno, lo pasado, pasado está- me encogí de hombros.
-         Yo… esto… me tengo que ir, hay un problema con la orquesta y bueno, me tengo que encargar- Daniel miraba a todas direcciones menos a mí, un poco hipócrita, ya que bien que me había observado cuando estaba desnuda- Ya sabes, hermanita, mañana es la boda- sonrió.
* * *
-         Alcánzame ese collar, ¿quieres, cielo?
Asentí y fui hacia el tocador. Encima había una caja de plata abierta, que guardaba en su interior una preciosa gargantilla. La cogí, me acerqué a mi madre y se la puse.
-         Estas muy guapa, mamá.- dije y no era mentira.
Llevaba el cabello recogido en un sobrio moño, una hoja de plata con diamantes lo adornaba.
Lo que mas me sorprendió de mi madre fue el vestido: Era un dos pieza en blanco perla. Era elegante y bonito. Y adornaba su delgada figura. A pesar del moño y el dos piezas parecía mas joven y radiante que nunca.
-         Gracias, cariño- puso su mano sobre la mía, que tenía apoyada sobre su hombro- Tú también, hiciste bien en no coger el vestido naranja.
Le sonreí a mi madre.
-         Sí, bueno, este es genial ¿no te parece?
-         Y no solo eso, te queda genial- mi madre me guiñó un ojo.
Me observé en el espejo. El vestido me estaba que ni pintado y los pendientes de perlitas favorecían mi rostro. Llevaba un maquillaje natural y muy favorecedor. Y el cabello recogido por los laterales con un precioso pasador y en tirabuzones. Puede que suene un poco prepotente pero me veía guapísima.
-         Lisbeth, no quiero…hmmm… que pienses que no quería a tu padre- me miró directamente a los ojos, la deje hablar- verás, claro que quería a Vitoretto, lo amaba, pero también amo a Richard.
-         ¿Amas a Richard igual que amabas a papá?- no me lo podía creer.
-         No, claro que no, Lisbeth- suspiré tranquila, pero entonces continuó:- no se puede amar a dos personas de la misma manera. Cada amor es diferente al otro.
Resoplé.
-         ¡Eso es que no querías a papa!- le grité mientras las lagrimas comenzaban a amenazar con derramarse.
Mi madre se levantó y se dirigió a mí. Hizo ademán de acariciarme, pero me aparté. Vi como se le rompía el corazón en el reflejo de sus ojos.
-         Mamá, yo…
-         No, no digas nada- su tono se había vuelto duro- vamos, llegaremos tarde.
-         No, espera, por favor.. yo.. yo.. lo siento.. pero es lo que creo.
Mi madre cerró la puerta tras de sí. Era idiota. Completamente idiota. ¿Cómo se me ocurría discutir sobre eso el día de la boda de mi madre? ¿Cómo? Uff… Pestañeé seguidamente para que las lágrimas no descendieran por mi rostro y aguaran mi maquillaje. Respiré hondo y me dirigí a la puerta. Tenía que encontrar a mi madre y hablar con ella. Vale, solo le había dicho lo que yo pensaba, pero lo podría haber dicho de otro modo.
Posé mi mano en el pomo y me dispuse a abrirlo, pero este se abrió de golpe antes de que yo girara la mano y me pegó con el borde en toda la cara. ¡Ay!, me quejé llevándome la mano a la cara. La puerta se cerró de golpe y choqué contra algo, o alguien. Me quité las manos de la frente y levanté la mirada. Unos ojos dorados me atravesaron.
-         ¡¿Tu?!- espetamos los dos a la vez, sorprendidos.
-         ¿Qué haces aquí?
-         Lo siento, por el golpe- dijo ignorando por completo mi pregunta.
Puse los ojos en blanco.
-         No deberías colarte en bodas que no te inmiscuyen- resoplé.
-         ¿Quién me dice a mí que no eres tú la que se ha colado, eh guapa?- me miró con una sonrisa- aunque si quieres también te puedes colar en mi habitación.
-         Mas quisieras.
Se encogió de hombros.
-         Bueno, si no quieres, tengo muchas mas candidatas, no te preocupes por ello.
-         Vamos, no me hagas reír.
-         En el fondo sabes que si que las tengo, y que te parezco irresistible.
-         Dios, ¿enserio? ¿Qué he hecho en otra vida para merecer semejante castigo? ¿Para estar en la misma habitación que tu por segunda vez?
-         Es el destino, preciosa.
Le miré. Tenía razón: era irresistible. Pero también imbécil, así que jamás me fijaría en él. ¡Ni en sueños! Bueno, en pesadillas.
-         No creo en el destino.
Unos pasos resonaron y unas voces que gritaban algo de: “¿Dónde está el chico?”
Iba a hablar pero él me calló con un beso. Con un maravilloso aunque leve beso. Me aparté de él y le pegué una ostia. ¿Qué se creía? Vale, había sido solo un pico y poco más y me había encantado, pero no me iba a dejar besar por él.
-         ¿Qué haces?
-         Te estaba callando, si no esos hombres nos hubieran descubierto.
-         ¿Y no tenias otra forma? No se, ¿susurrándome que me callara, por ejemplo?
El chico desvió su mirada desde mis ojos  a mis labios, pero rápidamente la volvió a subir.
-         La otra vez te dije que prefería callar a la gente con un beso.
Aquel chico no tenía remedio. En el fondo, me alegraba de que no lo tuviera.
-         Llamaré a seguridad, si esos hombres te estaban buscando… ¿Qué has robado?
-         Oh, vamos, ¿tengo pinta de ladrón?, solo he cogido… hmm.. prestadas las flores de azúcar de la tarta nupcial. Lo siento, pero el dulce me puede.
Cualquiera lo diría con ese cuerpazo.
-         ¿Dónde tienes las flores?
Se metió la mano en el bolsillo de su traje negro y sacó unas florecillas de azúcar.
-         ¿Quieres?
Asentí.
-         Abre la boca.
-         ¿Qué?
-         Ábrela.
Resoplé e hice lo que me decía. Él puso cara de concentración, colocó el brazo en un ángulo recto, preparado para lanzar, y lanzó la florecilla, que fue a parar directa a mi boca.
-         ¡Triplazo! ¡Si!
-         Dios, que infantil eres.
-         La vida es mas divertida así.
Tenía toda la razón.
* * *

-         ¡Mama! ¡Espera, mamá!- la agarré del brazo y la detuve.
-         ¿Qué quieres, Lisbeth? Ha habido un problema con la tarta tengo que ir a ver que pasa.
Reprimí una risita al oír lo del “problema con la tarta”.
-         Siento lo de antes, mamá.
-         No te preocupes, hija, ya esta. Olvidado- me beso la mejilla- nos vemos dentro de media hora- me sonrió.
-         Sí, mamá, media hora.
Me dio un beso en la otra mejilla y siguió su camino.
-         ¡Mamá!
Mi madre se giró.
-         Me alegro de que hayas encontrado a Richard- dije sinceramente- es un buen hombre.
-         Lo sé cariño. Gracias- tragó saliva- tu padre también lo era.
Se perdió por una de los múltiples pasillos de la villa.
Unas manos me taparon los ojos.
-         ¿Quién eres?- pregunté, curiosa.
-         Fredi Cruger, he venido a por ti- dijo una voz tortuosa.
Me solté y me giré. Valerie y yo rompimos en risas.
-         Pues, Fredi, así vestido no das mucho miedo- dije observando a mi hermanastra.
Llevaba un vestido corto rosa precioso. Llevaba los hombros al aire y un collar de perlas alrededor de su largo cuello de cisne.
-         Estas preciosa, hermanita- Valerie me sonrió.
-         Tu también- le dije, aunque ella siempre lo estaba.
Comenzamos a andar, camino de una salita muy acogedora. Entramos. Sus muebles eran estilo Luis XIV. Nos sentamos en un sofá verde y dorado.
-         Si no recuerdo mal, tenemos una conversación pendiente.
Asentí.
-         Mira, Lis, no me importa que utilices la magia para conseguir que mi padre nos deje salir, pero la próxima vez ten mas cuidado, que si Alice o Daniel se enteran… se lo dirán.
-         ¿Alguna vez te han pillado?
-         ¿Pillarme? Pero si no podemos usar la magia para obligar a nuestros padres ¡Esta prohibido!
¿Prohibido? ¿Había leyes escritas?
-         Vale, no lo haré- prometí.
Valerie me sonrió.
-         Esto… Valerie… ¿Qué sabes de la magia?
-         ¿Cómo que qué se de la magia?
La puerta se abrió de golpe. Alice apareció por ella.
-         Padre, nos busca- dijo secamente- ha habido problemas con Jack.
-         ¿Jack? ¿Esta aquí?- Valerie se ruborizó levemente.
Así que por fin iba a conocer a la “oveja negra” de los Van Harse. Nos levantamos del sofá y seguimos a Alice hacia un jardín interior, adornado por una colosal fuente blanca.
Allí estaba Richard, junto a Daniel. Los dos con traje negro. A su lado había un hombre mayor pero que resplandecía jovialidad. Tardé un poco en reconocerlo: era Gregorio Van Harse. El cabeza de familia. Junto a ellos había otro chico que estaba de perfil. Una enredadera tapaba mitad de su cuerpo, impidiéndome ver su rostro.
-         Hola, niñas- Richard nos sonrió- Lis, ¿conoces ya a mi sobrino? ¿Jack Van Harse?
Negué con la cabeza.
Por fin pude ver bien su rostro.
El asombro se pintó en su mirada del color del oro.  Al igual que en la mía.
Esbozó una sonrisa con sus la labios. Yo dibuje una en los míos.
Era él.
Él.