domingo, 22 de abril de 2012

Capitulo 19.

-          Esto da un poquito de… yuyu- dije, pasando nerviosamente las yemas de los dedos por el aterciopelado sillón- ¿seguro que podemos estar aquí?
-          Que sí, sabes que si no, no te hubiera traído- dijo Daniel, mientras dejaba caer su mochila al suelo, apoyada contra la pata de una mesa.
Me mordí el labio, nerviosa. No me gustaba el aspecto que tenía la biblioteca de noche.
-          Vamos, no me digas que te da miedo la oscuridad- dijo, Daniel, mientras encendía las luces correspondientes a ese espacio- ¿Lo ves? No hay mas que libros y mas libros.
Si, bueno, en eso tenía razón. Tragué saliva.
-          Vale, muy bien, ¿por donde empezamos?
Mi hermanastro colocó sus manos sobre mis hombros.
-          Por relajarte, no esperes teletrasportarte en ese estado- dijo Daniel- estas temblando.
Respiré hondo e intenté tranquilizarme.
-          Ahora vengo, ¿podrás quedarte sola aquí sin romper nada, no?
Puse los ojos en blanco.
-          Lo intentaré- dije con una sonrisa.
La idea de quedarme sola en la biblioteca no me gustaba lo mas mínimo, pero tampoco iba a salir corriendo tras Daniel como una niña pequeña. Tras ver desaparecer a mi hermano, decidí sentarme en el sillón, para ver si así me relajaba y las piernas dejaban de temblarme. Afuera, una de las tormentas mas escandalosas y retumbantes que había visto en mi vida, se desarrollaba. Los truenos sonaban con cólera, haciendo su brillante y tortuosa presencia en aquel cielo sin estrellas. Desde que tenía uso de razón, recordaba las noches de mis cumpleaños lluviosas, pero jamás las gotas habían caído con tanto énfasis. Después de que Valerie y Cinthia comieran bastantes pastelitos, acabando con casi todos ellos, pues yo no tenía apetito, nos habíamos ido a dormir. Bueno, ellas se habían ido a dormir, pues yo no podía conciliar el sueño, no podía mirar cada pocos segundos para comprobar que la pulsera siguiera en mi muñeca. Desde que la había visto las piernas me flaqueaban y estaba bastante nerviosa. Y el hecho de estar de madrugada, en una noche de tormenta, en una enorme biblioteca llena de estatuas grecolatinas y cuadros que te miraban fijamente no atribuía a que dejara de estarlo. Me levanté, cansada de estar sentada. Me paseé por la estancia, parándome a leer algunos títulos, con el fin de entretenerme. Un ruido sordo provocado por un rayo me hizo dar un respingo, me giré asustada, tropecé con la punta de la alfombra persa y me vi cayéndome de culo, pero antes de tocar el suelo me aferré a lo primero que vi: El busto de mármol blanco que había sobre el escritorio. Conseguí recomponerme enseguida del casihostion que había estado a punto de pegarme pero no de la sorpresa al oír crujir las maderas de la estantería que tenía enfrente. Comenzó a hundirse hacia dentro, dejándome ver su oscuro interior. La curiosidad fue mas fuerte que el miedo que sentía, pues no paraban de pasárseme por la cabeza flackbacs de películas de miedo donde había un pasadizo oculto tras una estantería que daba al laboratorio secreto de algún científico loco o a unas mazmorras subterráneas donde habían miles de pestilentes esqueletos, así que decidí entrar al interior de la estantería con paso titubeante. Al notar la arenilla bajo mis pies descalzos maldije no haber cogido las zapatillas cuando Daniel vino a buscarme, en mitad de la noche. Me clavé algunas piedrecitas pequeñas y ahogué los quejidos, pues parecía haber cierto eco en aquella oscuridad. Tanteé con la mano las paredes y camine insegura, hasta que el camino giraba a la derecha y ya se veía un foco de luz. Entrecerré los ojos y me dirigí hacia allí. La luz provenía de una vela de aceite que estaba ya medio consumida. Alguien estaba o debía de haber estado allí hacia poco, pues había algunos libros abiertos sobre la basta mesa de madera, al lado de la vela. Y debía de haberse ido con bastante prisa dado que ni siquiera se había molestado en apagar la llama. Me acerqué para poder ver mejor los tres libros que había abiertos, al lado de un montoncito agrupados de fino tamaño que estaban cerrados. Las páginas eran amarillentas y estaban arrugadas, la caligrafía estaba en cursiva y redondeada. El libro de la izquierda estaba repleto de nombres y fechas. Pasé la página: mas nombres y mas fechas. Me fijé en el libro del centro, parecía un diario.
“Segunda noche de la cuarta luna completa”, aparecía escrito, al lado del numero “12321, tercera.”
Me pasé un mechón delantero por detrás de la oreja, ya que no paraba de ponérseme delante, al inclinarme para leer mejor el libro.
“Ya llevamos varias semanas a bordo, y, para mi sorpresa, hace muy buen tiempo. El sol se pone temprano y cae muy tarde, dejando muy pocas horas de oscuridad y estrellas. Madre ya me ha dicho que el hijo del capitán está interesado en mí, que mi madre diga esto solo quiere decir una cosa: espera que yo también me interese por el hijo del capitán. Es un hombre joven, apuesto, de cabello moreno y ojos mas negros que la noche que me rodea en este momento, aquí, sentada en el palo mayor, sobre una red. Es muy inteligente. Me ha enseñado varios libros de astronomía. Pero por muy buen partido y gentil hombre que sea, mis pensamientos son cada vez mas profundos hacia el fregona. No me he atrevido aún a hablar con él. Una señorita de mi clase no debe hacer eso, pero si que, saltándome el protocolo, he intercambiado miradas y alguna que otra sonrisa con él. He oído que entró como polizón en el barco y le dejaron quedarse a cambio de que se encargará de fregar la cubierta y arreglar las redes. Dicen que es extranjero, y oí decir a una de las ayudantes de cocina, que cuando habla bebes los vientos por él. Sé que debo quitármelo de la cabeza y centrarme en el hijo del capitán”
La vela ya casi estaba consumida, así que pasé rápidamente las páginas, leyéndolas por encima. Me paré cuatro páginas más adelante:
“Hoy por fin me he atrevido a hablar con él…
Sentí la vibración en el bolsillo de la chaqueta que llevaba sobre el camisón. Saqué el móvil, y leí el nombre de “Daniel Van Harse” en su pantalla luminosa. Lo cogí.
-          ¿Dónde te has metido, Lisbeth?
-          Estoy en…
Mierda. La llamada se cortó. Con desesperación vi que no tenía cobertura. Apareció una rayita, dándome esperanzas. Pero enseguida volvió a desaparecer.
La vela acabó por consumirse del todo. Puse la linterna del móvil, mientras veía con resignación que me quedaba un 7% de la batería. Cogí el diario, el libro que había al lado y que aun no había podido saber de que se trataba, y uno que estaba cerrado pero era especialmente bonito con esa flor de lila dibujada en su tapadera lavanda. Después de leerlos los devolvería, pero tenía que admitir que los libros antiguos siempre me habían fascinado.
Iluminé el camino de vuelta. Ya volvería a investigar esa estancia, ahora lo importante era salir de ahí y que Daniel no se preocupara. No me costó mucho salir de allí, aunque mis pies acabaron bastante doloridos. Alcé la mano y toqué madera. Madera de la parte de atrás de la estantería. Joder. Debía de haberse cerrado de nuevo la puerta. Golpeé incansablemente mis puños contra la madera, mientras gritaba auxilio. No tardé mucho en comprender que era en vano, pues estaba en mitad de la noche en la biblioteca y las posibilidades de ser encontrada eran nulas de por si sin añadir el hecho de que estaba en una especie de pasadizo secreto. Tras unos diez o quince agotadores minutos de golpes y mas gritos me di por vencida y me deje caer sobre el arenoso suelo, apoyé la espalda contra la madera y los codos en las rodillas, masajeándome la sien con las manos. Cuando alcé la vista le tenia frente a mi.
-          ¿Cómo has entrado aquí?- dijo sin la frialdad a la que ya me tenía acostumbrada, mas bien, su voz se tornaba con preocupación.
Tragué saliva y baje la mirada. Incluso a oscuras sus dorados ojos me intimidaban y me daban ganas de abalanzarme sobre él, abrazarle y no soltarle y besarle hasta lo imposible.
-          Moví un busto sin querer y bueno, la curiosidad me pudo- dije en un murmullo.
Me pareció ver como sonreía a pesar de que a duras penas podía ver su rostro. La batería se había consumido por completo.
-          Si no quieres pasar aquí el resto de tu vida será mejor que me sigas- dijo antes de darme la espalda y ponerse a andar.
Me levanté lo mas rápido que pude y salí tras él. Jack andaba demasiado rápido, como si quisiera huir de mi presencia. Jadeando llegué a su lado y le detuve agarrándolo del hombro.
-          No me toques- musitó él con la mandíbula apretada.
-          ¿No ha sido un sueño verdad?- dije temblando, yendo directamente a lo que me interesaba.
La dureza de la mascara que había cubierto su bonito rostro los últimos días pareció desvanecerse por un momento, dejando ver a un Jack temeroso y fascinado a la vez. Pude atisbar un rayo de esperanza en sus ojos.
-          ¿De que hablas?
-          Lo sabes perfectamente- dije y al ver que él no decía nada, pues estuvimos unos minutos en silencio, añadí- esta noche, en las nubes, la pulsera, el beso…- mi voz iba en di minuendo conforme los temblores que sentía aumentaban mas y mas.
-          No se de que estas hablando, Elisabetta- dijo, desaciéndose de mi mano y continuando su camino- será mejor que sigamos, quiero dormir ¿sabes? Y tu deberías.
Resoplé. Por un momento dude de que si hubiera sido un sueño, pero entonces mis verdes ojos se posaron en mi muñeca y me armé de valor.
-          Detente- dije sin titubeos- ya estoy harta. ¿Qué esta pasando? Sé que no ha sido un sueño y tu también lo sabes, perfectamente. Y también sé que te comportas como un imbécil cuando no tienes motivos para ellos, bueno, en verdad solo te comportas asi conmigo. Dime, Jack ¿Qué te he hecho?
Se paró, dándome la espalda. Por un momento vi como un escalofrió recorría su cuerpo y tensaba los hombros. No dijo nada. No se movió ni un milímetro. Parecía una estatua.
-          ¿Qué he hecho, Jack?- dije, de nuevo.
Siguió quieto mientras yo me ponía cada vez mas y mas nerviosa. Me acerqué a él.
-          ¡¿Qué te he hecho?!- grité mientras comencé a golpearle sus anchas espaldas para que se girara y me mirara de una puta vez a los ojos.
Las lágrimas amenazaban con salir pero me mordí el labio y seguí mirando directamente su nuca. Aquella nuca que me moría por acariciar lentamente.
Jack se giró y me sujetó las muñecas. Me miró con ojos cristalinos.
-          No lo entiendes, Elisabetta, lo nuestro es imposible. Siempre ha sido imposible.
Pestañeé para evitar que una lagrima descendieran desde mis ojos para recorrer mi sonrojada mejilla. Cuando volví a abrir los ojos Jack ya no estaba. Había desaparecido.

jueves, 12 de abril de 2012

Capitulo 18.

-          Felices dieciséis…- dijo entre sollozos Cris.
A pesar de tenerla al otro lado de la línea, supe que estaba llorando. Se notaba en su voz, y eso que no se escuchaba muy bien a través del teléfono.
-          Gracias, Cris- dije- ¿Qué te pasa? ¿Estas bien?
-          ¡No!- gritó Cris- ¡Está con Julia! ¡Julia!
-          ¡¿QUE?!
-          Mi ex y una de mis mejores amigas, pero.. ¿Por qué me han hecho esto? Sabía que iba a ser duro volver al instituto, verle todos los días y que probablemente ya estuviera con otra, pero que esa otra sea Julia… me mata, te lo juro, es horrible.
-          Tranquilízate, Cris… ¿Cuánto llevan?
-          ¡Eso es lo peor!- sollozó mi amiga- ¡Desde Agosto!
-          ¡Que cabron! No me digas que justo después de que cortaseis se enrolló con ella.
-          Pues eso parece, y la muy puta no me dijo nada. ¡¿Pero se puede ser mas falsa?!
-          Jamás me lo hubiera esperado viniendo de ella, enserio- murmuré.
-          Bff… me haces tanta falta, te hecho tanto de menos.
-          Y yo a ti, Cris, muchísimo- dije con plena sinceridad- celebrar mi cumpleaños sin ti no es lo mismo.
-          Mierda, me tengo que ir al entrenamiento, lo siento, Lis, ¿hablamos mañana, por favor?
-          Claro, cariño, y tu no te preocupes ¿vale? No merece la pena que estés mal por esas porquerías de personas.
-          Lo intentaré, adiós, Lisbeth- dijo Cris- y feliz cumpleaños.
Colgó. Sentí mucha pena por ella. Ella nunca había creído en el amor verdadero, siempre había ido de chico en chico sin enamorarse del todo, pero entonces conoció a Martin y todo eso cambió. Se enamoró de verdad y lo suyo fue un amor de película. Pero entonces llegó el verano y bueno… pasó lo que pasó y rompieron. Tras siete meses de amor todo se rompió y todo por culpa del sinvergüenza de Martin. ¡Que se tenía que centrar en los estudios!, le había dicho cuando al día siguiente lo encontramos en la biblioteca, sí, pero comiéndole la boca a otra chica. Cristina lo había pasado fatal y le costó muchísimo superarlo, y ahora… ahora… ¡Ahora estaba con Julia! Que había sido como otra mas para nosotras. Como una hermana. Pero que falsa, que cabrona, era la gente. Y que puta, también. Ya llamaría a Julia y hablaría seriamente con ella, ahora no, que estaba en caliente, no le podría decir mas que los insultos que la describían tan bien. ¿Pero que amiga salía con “EL EX” (en mayúsculas) de otra amiga en secreto? Bff… Que bien empezaba mi cumpleaños, ¿no?
Guardé el móvil en la mochila y salí del baño. Cuando salí no había nadie en la habitación, pero no me sorprendió, pues Valerie me había dicho que no tardarían en bajar a desayunar. Era sábado y aun así teníamos que madrugar, pues el desayuno en fin de semana lo servían de 9:30 a 10:30. Miré el reloj que marcaba las diez y tres minutos. Me miré en el espejo: me había dejado el cabello suelto que caía mas allá de mi cintura y me había pintado los labios. Llevaba puesta una minifalda vaquera y unas sandalias romanas. Llamarón a la puerta. Como la tenía a escasos centímetros de mí estiré el brazo y giré el pomo.
-          ¡¡¡¡FEEELIIIICIIIDAAADEES!!!!- gritó Daniel.
Sostenía en una mano una magdalena de chocolate con una vela encendida y la otra mano la escondía tras la espalda.
-          Muchas gracias, pasa pasa- le sonreí- no tenías porque traerme nada.
-          ¿Cómo que no? No se cumplen dieciséis años todos los días.
Pasó y nos sentamos en el sofá. Soplé la vela entre sonrisa y sonrisa. Daniel la partió en dos y me tendió una mitad.
-          Está rellena de nueces, pruébala, es una receta especial- dijo Daniel.
Dios mío, estaba de muerte. Daniel me tendió el paquete envuelto que había estando ocultando tras la espalda. Sonreí dejando ver mis blancos dientes.
-          Toma, espero que te guste- dijo tímidamente mi hermanastro.
-          Viniendo de ti, seguro que me gusta.
Cogí el paquete verde brillante y lo desenvolví. Me quedé muda al ver lo que tenía entre las manos. Era un portátil cuya tapadera estaba hecha por un collage de varias fotos mías y de mis amigos: Cris y yo haciendo el tonto en el parque, unos amigos y yo en la playa, yo cuando gané el campeonato de natación… Además era muy ligero y como el mío se me había olvidado en casa no podría haber encontrado ningún regalo mejor.
-          ¡Es fantástico, Daniel! ¡Justo lo que me hacia falta!- me abalancé contra él, con cuidado de que el portátil no se cayera al suelo, y le abracé con fuerza.

* * *

Saqué los libros de la mochila y abrí la taquilla, dispuesta a guardarlos dentro. Cual fue mi sorpresa al ver una cajita dentro. La abrí. Dentro había un juego de collar, pendientes y pulsera de finísimos diamantes en forma de lagrimas. Oh, my god.
-          ¿Te gusta?- dijo nerviosamente Valerie, que apareció de repente tras mi taquilla.
-          ¿Qué si me gustan? ¡Son preciosos, Valerie!- la abracé- ¡Gracias!
-          ¡Seguro que van genial con tu traje para el baile!
-          ¿Baile?
-          Si, el que hay en honor al cumpleaños de la directora, dentro de dos semanas.
-          Bueno, aun no tengo vestido, pero seguro que van genial- dije, con una sonrisa.
-          Y…- de repente aparecieron entre sus dedos dos tickets- ¡nos vamos a un SPA! Hay que empezar los dieciséis con buena cara, nunca mejor dicho- rió mi hermanastra.
Sonreí. Nunca había ido a un SPA y la idea me hacia cierta ilusión. Viniendo de ella esos eran los mejores regalos que podía hacerme, y se los agradecí de todo corazón.
-          Ya tienes dieciséis…- murmuró Valerie- …¿Qué tal van las visiones?
-          Técnicamente tengo los dieciséis a las onze y veinte de la noche y respecto a las visiones… no he tenido ninguna, o eso creo- susurré- desde después de la presentación.
Valerie me miró extrañada.
-          Bueno, a partir de ahora te vendrán mas a menudo, tu tranquila- me dijo- ahora me voy a estudiar un poco antes de bajar al pueblo, nos vemos luego, cumpleañera.
Asentí y me despedí de ella. Seguí mi camino, dirección al aula de música para preguntarle al profesor una duda acerca del trabajo sobre Bach. Al girar la esquina me tope con Jack.
-          Perdón…- susurré.
-          Es igual- dijo fríamente Jack que con decisión ya hacía intención de retomar su camino.
-          Jack…- le agarré por el brazo.
-          ¿Qué?-su voz sonó dura, antipática.
-          ¿No podemos al menos ser amigos?
-          No.
-          ¿Por qué?
-          Porque no- dijo tozudamente- y ya basta, te dije que no me volvieras a hablar.
Y tras decir esto desapareció de mi vista. Sus palabras habían sido cual puñales para mí. ¿Por qué era así conmigo? Si hacia tan solo unos días me encontraba entre sus brazos, besando esos labios que ahora me decían que le dejara en paz. Me odiaba a mi misma por ser incapaz de odiarle a él.
Tras ir a música y escuchar a duras penas lo que me decía el profesor subí de nuevo a mi cuarto a evadirme del mundo. En cuanto entré unos pitorreos, gritos y aplausos interrumpieron mis pensamientos.
-          ¡Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos todos, cumpleaños feliz!- canturrearon a coro mis amigos.
No pude desdibujar la sonrisa de mi rostro ningún segundo mientras Dereck, Daniel, Valerie, Martha, Wendy…. Incluso Alice se acercaban a felicitarme y a darme besos y abrazos.
-          ¡Oh, chicos no teníais porque, enserio!
-          ¿Cómo que no?- dijo Dereck- ¡es tu cumpleaños, preciosa! ¿Quieres algo de beber?
-          Em.. vale- dije un poco desconcertada. Entonces me di cuenta de que habían hecho desaparecer las camas y habían colocado una barra con bebidas y comidas a un extremo. Una bola de discoteca colgaba del techo y luces de diferentes colores que no sabía de donde salían iluminaban la habitación. Se oía música de fondo y había gente bailando. La habitación parecía mucho mas grande que de normal.
Ni siquiera el buen ambiente que habían creado, ni los regalos que se amontonaban en el sofá, podían hacer que olvidará a Jack y lo mal que me sentía cuando me despreciaba. Necesitaba tomar el aire, así que me escabullí cuando nadie miraba. Genial, era completamente idiota: escabulléndome de mi propia fiesta. Pensé en ir al arroyo, al Cielo o a dar una vuelta por los alrededores pero el riesgo de encontrarme con Jack era demasiado elevado así que fui al baño y me escondí en una cabina. Patético, sí.
Dos golpecitos en la puerta.
-          ¡Elisabetta! ¿estas ahí?
-          Sí…-murmuré.
-          Anda, toma- era la voz de Martha.
Una mano apareció por la rejilla que había entre la puerta blanquecina y el suelo, extendía una bolsa de plástico. La cogí y la abrí. Era un bañador azul oscuro, con un adorno a un lateral amarillo y cian. Muy bonito, la verdad.
-          ¿Un bañador?
-          Sí, busqué tu nombre en google y.. ¡uala! ¡Elisabetta Venere medalla de oro en el campeonato continental de natación! ¡Y de muchos mas sitios impronunciables!- dijo Martha- ¡Me lo tendrías que haber dicho! Pero bueno, no pasa nada, te he inscrito en el equipo de natación. ¡Que digo inscrito! ¡Ya estas dentro! Le hablé de todos tus logros y potencial a Paloma y te aceptó enseguida.
-          Para, el carro- la interrumpí- ¿Equipo de natación? ¿Quién es Paloma?
-          Haber… que digamos que he descubierto tu secretito de campeona de natación y que he convencido a Paloma, la capitana del equipo de natación, de que te acepte sin tener que hacer esas odiosas pruebas- dijo Martha, al otro lado de la puerta- Paloma es esa chica rubia tan maja, la amiga de Sofía. ¿Te suena no?
Así que la flacucha esa se llamaba Paloma y era la capitana del equipo de natación. Vale, bueno saberlo.
-          Eh, si, claro- dije- pero, Martha, no estoy segura de querer entrar en el equipo…- mentí.
-          ¡Bah, tonterías! ¡claro que quieres!- dijo Martha- y ahora, sal de ahí y volvamos a tu fiesta.
-          Vale, vale- dije mientras abría la puerta y salía de la cabina.
El entusiasmo de Martha me sobrecogía. Me abrazó en cuanto cerré la puerta.
-          ¡Ya tienes dieciséis! ¿Sabes cuantas cosas se pueden hacer con dieciséis?
Reí y negué con la cabeza. Martha interrumpió su risa en cuanto me observó fijamente a los ojos.
-          ¿Estabas llorando?
-          No… pero casi.
-          ¿Qué pasa?- preguntó Martha mientras me acariciaba el brazo.
-          Tonterías, volvamos a la fiesta.

* * *

A las once ya habíamos vuelto al Buchiller. Habíamos salido un rato a dar una vuelta por aquel pequeño pueblo pesquero lleno de bares pero sin ninguna discoteca. Pero a las once, como muy tardar, ya teníamos que estar en el internado, pues solo el ultimo sábado de cada mes nos dejaban hasta tiempo indefinido o incluso ir a pasarlo a casa. Ahora eran las once y siete. 13 minutos y tendría oficialmente dieciséis años. Alice no estaba en la habitación, según Valerie, debía de estar con Sofía y Paloma (cada vez que pronunciaba esos nombres tenía que hacer un gran esfuerzo para evitar las arcadas) planeando lo de la fiesta del viernes que viene. Valerie y Cinthia habían ido a robar algo de dulce a la cocina, por lo que estaba sola en la habitación. Me acurruqué contra la ventana que llegaba del suelo al techo, allí, sentada sobre la moqueta. Observé el cielo oscuro adornado únicamente por una finísima línea curva, una pequeña Luna brillante. Deslicé los dedos, con aire pensativo, por el impoluto cristal, añorando algún estúpido recuerdo que ronroneaba por mi mente. Y digo estúpido porque todo lo que pasaba por mi cabeza tenía que ver con él. Con ese chico que en cuanto lo conocí me calló fatal por su arrogancia y su falta de modestia pero que ahora me había robado el corazón. Martha me había dicho que era una buenísima persona y para nada narcisista y yo, había llegado a la conclusión, de que solo debía ser así conmigo. Y, ahora mas que nunca, sabía que ni siquiera su comportamiento hubiera podido evitar que poco a poco me enamorara de él. Que ni siquiera que me evitara y me tratará como una mierda pueda interrumpir el crecimiento de lo que sentía por él. Intenté desalojar estos pensamientos de mi mente, desalojar su intenso mirar o su pícara sonrisa, pero no me era posible. El sueño me golpeó y cerré los ojos, antes de conciliar el sueño vi que el reloj marcaba las 23:19.
Unos golpes contra el cristal hizo que abriera de golpe los ojos, me giré instintivamente y no pude evitar sonreír. Jack estaba frente a mí, con el pelo revuelto que tan loca me volvía y su chaqueta de cuero. Abrió el cristal y me tendió la mano. En un principio no pensaba aceptársela, aun estaba resentida por qué pasara de mí, pero sin darme cuenta alcé mi mano y la entrelacé con la suya.
-          Confía en mí- susurró Jack.
Asentí, con el labio inferior temblándome. Jack tiró de mí y me sacó fuera de la habitación, a través de la ventana. Tardé un  poco en darme cuenta de que estábamos a mas de 30 metros de altura y lo único que me sostenía era la mano de Jack entrelazada con la mía y el brazo de él, descansando sobre mi cintura, muy cerca de mis caderas. Me estremecí ante su contacto. Me acarició la mejilla con el dorso de la mano, y hasta que no lo hizo, no supe bien lo mucho que había extrañado el contacto con su piel. Comenzamos a flotar, que digo flotar, ¡volar! Hacia el bosque, por encima de sus altas copas. Las roce con la yema de los dedos mientras no podía apartar de la vista de los ojos de Jack. Traspasamos el bosque en toda su espesura en compañía de una fina brisa que hacia revolver nuestros cabellos y el fino camisón que llevaba. Bajamos en picado hacia el arroyo pero a pesar de ello no sentí ni pizca de miedo, unos centímetros antes de sumergirnos en sus aguas nos paramos con la elegancia propia con la que cae una bailarina de ballet después de un salto. Deslicé mis dedos por el agua, mientras volábamos por encima de ella. Seguimos la corriente del arroyo, el transcurso de su caudal. Ascendimos de nuevo hacia la oscuridad del cielo, sobre las nubes grisáceas que impedían ver las estrellas. Noté la esponjosidad de las nubes bajo mis pies descalzos. Allí, de pie, frente a Jack fue la primera vez que sentí la felicidad en todo su esplendor.
Me cogió la mano, alzándola, y posó sobre mi muñeca una fina pulserita de plata con extrañas inscripciones alrededor de la trencita que la formaba. Cerró el broche y después besó mi mano. Era realmente hermosa. Casi tanto como la noche que transcurría a nuestro alrededor. Después de besar mi mano, besó mi muñeca y mi antebrazo y fue subido a través de mi brazo, siguiendo un camino recorrido por tiernos y sensuales besos, llegó a mi cuello. Un escalofrío de autentico placer recorrió mi cuerpo desde mi coronilla hasta la punta de mis dedos. Siguió besando mi marfileña piel, a través de mi cuello, llegando a mi clavícula y subiendo poco a poco, hasta rozar la comisura de mis labios.
-          Ya es tu cumpleaños- me susurró en el oído tiernamente- felicidades, Elisabetta.
Sonreí al sentir el cálido aliento de sus palabras contra mi piel. Ya debían ser las 23:20 así que mis dieciséis empezaban con muy buen pie. No podría haber deseado un comienzo mejor.
-          Gracias, es preciosa- murmuré.
-          Lo sé- dijo Jack- pero no más que la chica que la lleva.
Sonrió él antes de besar mis labios. Nuestro contacto era electrizante y hacía que me evadiera del mundo, que pudiera rozar las nubes con los dedos, nunca mejor dicho. Busqué de nuevo su boca.
-          Te quiero, ¿sabes?- murmuré ruborizada.
-          Lo sé, ¿pero sabes que yo mas no?- sonrió Jack antes de besarme de nuevo.
Parpadeé varias veces ante la brillante luz que tenía frente a mí. Abrí los ojos pero enseguida los volví a cerrar ante la molesta luz.
-          ¡Lisbeth! ¿Despiertas o qué?- dijo Valerie, mientras me removía- hemos encontrado pastelitos y rosquillas.
-          Despierta, ya, cumpleañera, que has estado dormida desde que nos hemos ido- dijo Cinthia mientras mordía un pastelito de color rosa- ¿tan cansada estas?
-          No, no se, estaba mirando la luna y bueno, me he debido de quedar dormida.
Ni rastro del cielo a mi alrededor, ni rastro de las nubes bajos mis pies, ni rastro de los ojos dorados de Jack atravesándome, ni rastro de sus labios sobre los míos, ni rastro de nuestros corazones desbordando pasión al unísono. Solo Valerie y Cinthia comiendo golosinas sentadas en la moqueta, frente a mí. Un sueño, todo había sido un sueño. No pude evitar mostrar mi decepción.
Cinthia, con su short a rayas blancas y rosas de pijama, una sudadera de Dayse Donald anchita y el pelo suelto, estaba a mi lado, sacando pasteles y mas pasteles de una cajita. Me ofreció uno. Alcé la mano y lo cogí, pero antes de que la pudiera retirar, Cinthia me agarró de la muñeca.
-          ¡Que preciosidad!- dijo con gran admiración y una pizca de envidia en sus azules ojos- ¿Te la han regalado por tu cumpleaños?
Bajé la mirada hacia mi muñeca. Una muñeca adornada por una preciosa pulsera de plata. La pulsera.

martes, 10 de abril de 2012

Capitulo 17.

Sonó el timbre y tapé el lienzo, que seguía de un blanco impoluto, con la sabana marrón. Valerie entrelazó su brazo con el mío de camino a las taquillas.
-          No se me ocurre que pintar- me lamenté.
-          Ya te vendrá la inspiración- dijo Valerie.
Abrí mi taquilla y guardé dentro el libro de arte.
-          ¿Qué toca?
-          Mmm… encantamientos, creo.
-          ¿Encantamientos?
-          Sí, tuvimos la primera clase antes de ayer pero faltaste- dijo Valerie- tranquila, le dije a Mrs. Kerrs que estabas mala.
-          Vale, gracias.
-          Tendrás que hacer las pruebas- dijo Valerie mientras sacaba un grueso tomo recubierto de terciopelo negro- encantamientos se divide en clase A, B y C. Según el nivel.
Asentí mientras cerraba la taquilla, puesto que yo  no tenía aquel tomo negro.
-          Mrs. Kerrs se multiplica y da las tres clases a la vez, en diferentes aulas- dijo Valerie- es una pasada.
-          ¿Y en cual nivel estas?
-          A- dijo Valerie- haber si con un poco de suerte estas conmigo- me sonrió.
Le sonreí, aunque dudaba de que así fuera. Yo no tenía ni idea de magia. Ni siquiera recordaba con claridad lo que me había enseñado mi padre.
-          ¿Dónde te metiste el martes después del descanso? – preguntó Valerie- ¿hiciste pellas?
-          Que va, fui a dar una vuelta y me entretuve- mentí.
Nos detuvimos ante un aula. La 123. La puerta estaba entreabierta. Entramos e hice una mueca en cuanto mi mirada se cruzó con  la de Sofía. Y para poner la guinda al pastel: a su lado estaba la rubia flacucha con un precioso y corto vestido ibicenco que resaltaba su bronceado que para colmo le quedaba de infarto. Me miré con disimulo en el reflejo del cristal: llevaba un short vaquero y una camiseta marinera que se ataba al cuello. Nada del otro mundo comparado con su precioso vestidito. O con la falda de volantes y flores de Sofía.
Una mujer alta y espigada entró en el aula. Era la mujer rubia de la montaña. ¿Era ella Mrs. Kerrs? Desde luego no era como me la imaginaba. Yo me imaginaba a una mujer vieja con arrugas y verrugas, el pelo largo, liso y blanco y con largos vestidos negros y no a una chica joven, rubia y con ninguna sola imperfección en su cutis, con pitillos estrechos y blusa blanca.
-          Buenos días, chicos- dijo Mrs. Kerrs- ¡Uy! tu debes de ser Elisabetta Venere ¿no?- dijo en cuanto reparó en mi presencia.
-          Sí, soy yo.
-          Valerie me dijo que te encontrabas mal- dijo la maestra- ¿Cómo estas ahora?
-          Mejor, gracias.
-          Bueno, me alegro de que estés aquí- me miró directamente a los ojos- tengo tres normas: Una- Nada de hablar de usted, que me hace sentir vieja. Dos- Nada de llegar tarde. Y Tres- Nada de usar encantamientos fuera del aula a no ser que sean deberes.
-          Em, vale- dije.
-          Y ahora, te haremos una prueba, ¿vale? Supongo que te habrán dicho que la clase se divide en A, B y C.
Asentí.
-          Empecemos por lo básico.
Al instante apareció una puerta frente a nosotras. Los demás alumnos habían tomado asiento en sus respectivos pupitres y observaban con atención la escena.
-          Ábrela, con magia, claro- dijo Mrs. Kerrs.
Suspiré. Miré hacia mis compañeros. Dereck me dirigió una mirada de animo. Sonreí para mis adentros y supe que era capaz de hacerlo. Me concentré en la puerta y entrecerré los ojos. Susurré mentalmente: “Ábrete, ábrete, ábrete”. In sofacto la puerta se abrió. Sonreí.
-          Vale, bien, bien- dijo la maestra- pasemos a otra cosa- hizo desaparecer la puerta- cambia de color la pizarra.
-          ¿De que color?
-          Cámbiala varias veces.
Asentí y por mi mente se cruzó aquel recuerdo mío y de mi padre, cuando cambiamos de color los peces de la bañera. Mi mirada se tornó nostálgica al recordarlo pero eso no me impidió que la pizarra se volviera lila, después roja, acto seguido pistacho y por ultimo de todos los colores del arco iris.
La maestra sonrió con satisfacción y volvió a pintar la pizarra de su verde oscuro original.
-          ¡Genial! Ahora, la ultima prueba, teletransportate a esa esquina de la aula- señaló la esquina antagonista de donde yo me encontraba- esto son los tres encantamientos básicos. La clase C la has pasado y la B también, si pasas esta prueba serás bienvenida a la clase A- sonrió la profesora.
Vale, genial, teletransportacion. ¿Cómo me iba a teletransportar? No tenia ni las mas mínima idea de cómo se hacía eso. Cerré los ojos y me concentre en hallar en algún rinconcito de mi mente algún recuerdo, alguna enseñanza de mi padre, pero nada. Nada de nada. Comencé a juguetear con el colgante en forma de hadita, nerviosa. Vi de soslayo como Sofía se reía de mí. Suspiré y concentre todas mis fuerzas en teletransportarme. Imagine que era ligera como una pluma, invisible como el aire. Cuando volví a abrir los ojos me encontraba en el otro extremo de la pizarra. 5 metros, y si llegaba. Había conseguido teletrasportarme cinco metros. Sofía, Alice y la rubia flacucha se rieron de mi. Dereck y Valerie las fulminaron con la mirada. Se lo agradecí de corazón.
La profesora me miro dubitativa. Me mordí el labio, muy nerviosa.
-          Bueno… se suponía que tenía que teletrasportarte al otro extremo… pero esta bien- dijo Mrs. Kerrs- puedes quedarte en la clase A, supongo que tus hermanas podrán ayudarte a mejorar, ya que compartís también habitación ¿no?
Asentí.
-          Siéntate ahí- Mrs. Kerrs señaló un pupitre vacío que estaba al lado de Valerie.
Tome asiento y cogí con gran agradecimiento el tomo negro que me ofreció Mrs. Kerrs. Sabía que no me merecía estar en aquella clase pero iba a hacer todo lo posible para demostrarles y demostrarme a mi misma que sí que lo merecía.
Después de la clase, tocaba el descanso, así que aproveche para bajar a la biblioteca en busca de algún libro sobre teletransportacion y sobre Bach, ya que nos habían mandado un trabajo sobre este compositor. Entré en la enorme biblioteca, era incluso mas grande que la de la casa de los Van Harse, y eso ya era decir. Miles y miles de altísimas hileras de estanterías repletas de libros de todos los tamaños y formas decoraban las paredes. En el centro había un circulo de lectura y en la planta superior mas y mas libros. Al final había unas mesas y sillas para estudiar, en las que se veían a dos alumnos haciendo deberes. Me acerqué al mostrador, tras el cual había una mujer cuarentona con el pelo corto y rizado de un rubio canoso. Llevaba gafas de media luna y con cordel. Vestía una blusa abotonada hasta el cuello de color amarillo de la cual prendía un camafeo y una falda de tubo color vino.
-          ¿Qué desea, señorita?- dijo con voz melosa.
-          Mmm... ¿tiene algún libro sobre Bach?- pregunté.
-          Las biografías están en el pasillo 9, sección D.
Pasillo 9, sección D, dije para mí con la intención de memorizarlo.
-          ¿Y los de teletransportacion?
-          En el piso de arriba están los libros de magia, y los de teletrasportancion, concretamente, en el pasillo 347, sección A.
-          Vale, muchas gracias- sonreí a la señora y me fui.
Gracias a los letreritos que colgaban de cada pasillo y por ente de cada sección, no tardé mucho en encontrar el pasillo 9 y por ergo la sección D. Pasé el dedo índice por los diferentes tomos, leyendo sus títulos: “Marie Curie”, “E. Rutherford” o “J. Dalton” fueron algunos de los nombres que leí. No, en esa fila solo había físicos y químicos. Me puse de puntillas para poder mirar cuatro filas por arriba. “Amadeus Mozart”, “Carl Orff” y “Paganini, el violinista del diablo”. Por fin músicos. Seguí mirando. Allí, en aquel tomo de color rojizo se podía leer en letras doradas: “Johan Sebastian Bach”. Pegué un saltito pero no llegué. Otro. Nada. Dos mas. Sin resultado. Busqué con la mirada una escalera para así poder llegar hasta el libro. Pero no vi ninguna. Genial. Entonces caí en la cuenta de que lo podía bajar con la mente. Claro, de algo tenía que servir ser una bruja ¿no? Me concentré en el libro, y, mentalmente, le ordené que bajara.
-          Para, Lis- dijo una persona tras de mí, me desconcertó y olvide el hechizo que estaba haciendo, la persona que estaba detrás de mí extendió una mano y cogió el libro- Anda, ten- me lo tendió.
Me giré y mi clara mirada se encontró con la oscuridad de la de Daniel.
Cogí el tomo y con la mandíbula apretada murmuré:
-          Gracias.
-          Esta prohibido hacer hechizos fuera de las aulas a no ser que sea de vida o muerte- dijo Daniel- y creo que Bach no lo es.
Puse los ojos en blanco y me alejé de él, camino de las escaleras.
-          Lis, oye, espera- me agarró del brazo y me detuvo.
-          ¿Qué quieres, Daniel? Tengo cosas que hacer antes de volver a las clases.
-          Quiero que me digas porque estas enfadada conmigo.
-          ¿Y aun lo preguntas?- dije con empatía- ¡Le pegaste una paliza de muerte a Jack!
-          No sabes nada.
Puse los ojos en blanco, di media vuelta y seguí mi camino.
-          No puedes estar toda tu vida enfadada conmigo, Lisbeth- su voz hizo que me detuviera.
-          Al menos lo intentaré- espeté.
Con un rápido movimiento se colocó a mi lado.
-          Venga, va, ¿me perdonas? Te juro que no le volveré a pegar una paliza a Jack, ¿vale? Aparte yo también recibí lo mio después de que te marcharas.
-          Mmm…- hice como si me lo pensaba.
-          Va, que estoy seguro de que necesitaras mis conocimientos sobre Johan para tu trabajo.
-          ¿Conocimientos sobre Johan?
-          Sí, fuimos amigos, se cosas de él que no ponen en ese libro- dijo Daniel, pegándole unos toquecitos al gordo tomo.
-          Hombre, no me vendría nada mal que me ayudaran…- me hice de rogar.
Daniel sonrió.
-          Te ayudare en todo lo que quieras
-          ¿Todo, todo?- me reí.
-          Mmm.. depende de que- rió Daniel- todo menos acompañarte de compras, odio ir de compras.
-          Vale, trato hecho- reí.
-          Entonces… ¿todo como antes? ¿Me perdonas por el codazo?
Asentí. Daniel me estrechó entre sus brazos.
-          Ya te echaba de menos, hermanita.
-          Y yo a ti- y cuando lo dije no mentía.
Puede que se hubiera comportado como un bruto animal despiadado pero era lo mas parecido a un hermano que tenía y, bueno, le quería.
-          ¿Sabes donde están los libros de teletransportacion? Me lo han dicho pero tengo memoria de pez- dije.
-          Arriba, pero… ¿para que los quieres? Si estas en la clase A, se supone que se te deben de dar de miedo.
Bajé la mirada, avergonzada.
-          No se teletransportarme… -murmuré.
-          Tranquila, yo te enseño- dijo con energía Daniel- pero no cojas ningún libro, solo rayan la cabeza, a andar se aprende caminando, pues a teletransportar se aprende intentándolo y no aprendiéndote de pe a pa la teoría.
Sonreí.
-          Gracias, hermanito.
-          Bah, no las des, así tengo escusa para pasar un rato contigo- sonrió Daniel.
En cuanto salíamos de la biblioteca sonó el timbre que indicaba el final del descanso. Entre el bullicio de gente divise a Jack. A Jack abrazándose con la rubia esa. Sentí como se me encogía el corazón.