domingo, 8 de enero de 2012

Capitulo 2.

El escote era entallado y asimétrico de un color azul marino, con forma de corazón. Se cernía a la cintura con una senda de brillantes piedras preciosas plateadas, que asemejaban un cinturón. Y caía en pliegues y difrenetes capas de colores, que variaban desde el azul marino al verde azulón. El vestido dejaba a la vista mis largas piernas, ya que era por encima de las rodillas. Unos tacones de aguja plateados, a juego con el cinturón, cubrían mis pies. Me encantaba. Ya de por si el vestido era precioso, pero la forma en la que se cernía a mi cuerpo, como los pliegues bailaban sobre mis caderas…
-          ¡Es ese!- exclamó Cris mientras me observaba.
Sonreí.
Ella llevaba puesto un vestido rosa claro, casi blanco, con un hombro al aire, y el otro cubierto por una finísima línea de brillantitos. Esa misma finísima línea adornaba el corsé del vestido. La falda caía sin gracia sobre sus piernas, era de un color casi traslucido, pero le quedaba genial. De la esquina de un espejo de pie, colgaba la bufanda de plumas que llevaba antes de encontrar nuestros trajes para la boda.
-          Estas arrebatadora, Cris.
-          Lo sé- sonrió ella.
Nos miramos en el espejo. Dos muchachas de mas o menos (centímetro arriba, centímetro abajo) la misma altura. Una rubia con el pelo increíblemente liso, ahora suelto, ya que la coleta se le había deshecho por completo mientras imitaba a una bailarina de chasleston con la bufanda de plumas, y con unos centelleantes y mables ojos color avellana, de labios gruesos y nariz respingona. La otra, de pelo largo, ondulado y de un color castaño claro, con grandes ojos, rodeados por un bosque de negras pestañas, de color verde con pinceladas azules y algunas motas marrones. Me encantaban mis ojos. Los ojos de mi padre.
Mi vista se desvió de nuestras siluetas hasta parar en un enorme baúl negro en el que con una placa blanca se podía leer: “F.D.R”. La mirada de Cris siguió la mía. Alzó la comisura derecha del labio, ala vez que nuestras miradas se cruzaban en el espejo. Las dos corrimos hacia el baúl y lo abrimos, por suerte este no tenía cerradura. Estaba repleto de vestidos de época, trajes de tweed, sobreros de copa y collares de perlas… Cris no tardó en enrollarse unos cuantos collares de perla en su cuello ni en ponerse una larga falda burdeos mientras bailaba al son de una música imaginaria, conocía demasiado bien a mi amiga, enseguida supe que estaba soñando con un príncipe, como en los cuentos de hadas. Dejé a Cristina a su rollo y busqué en el baúl. Cogí un sombrero de copa. Nada más tocarlo todo a mi alrededor se desvaneció.
-          ¡Oh, Charles! No me seas farfullón- decía una voz femenina, de la cual no veía el rostro, sino su cuerpo sentado, sus rodillas escondidas bajo una falda azul celeste y sus brazos ocultos por un corpiño del mismo color de la falda, de media manga, ribeteado en el escote y la dobladillo de las mangas por encanje blanco.
El hombre estaba sentado junto a ella, en la hierba, apoyado contra el fuerte tronco de un olmo. Llevaba un pantalón de traje marrón y una camisa blanca con los dos o tres priemro botones desabrochados, y un chaleco a cuadros, del mismo color que el pantalón, sin abrochar. A su espalda asomaba la chaqueta, tirada en el suelo, que formaba parte del traje.
-          ¿Yo? ¿Farfullón? Hablas como si no me conocieras, querida.
-          Te recuerdo que no te conozco.
La mirada del hombre, llena de pena, se posó en el suelo.

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