lunes, 9 de enero de 2012

Capitulo 4.

-          Y allí- mi madre señaló un espacio enorme donde solo había césped- pondremos la carpa para el banquete. ¿Blanca? No, mejor en color melocotón ¿Qué te parece, Lisbeth? ¡Si, eso es! En color lavanda, que haga juego con las flores de mi tocado y allí pondremos…
Si, ya hacía unos minutos que había desconectado y no escuchaba a mi madre. Había entrelazado su brazo con el mío y me llevaba a rastras por toda la villa que Richard había alquilado para el enlace. Que si colocaríamos a la orquesta por allí, que el baile mejor que lo hiciéramos en el interior, que los fuegos artificiales serían espectaculares… y bla bla bla.
-          … he pensado en poner figuras de hielo en forma de ángel o cisne ¿no es una idea fabulosa, cielo?- por nuestro lado pasó Daniel Van Harse- ¡Oh, Daniel! ¿Qué llevas allí?- preguntó cotilla (¿Cómo no?) mi madre al ver que Daniel llevaba una caja blanca con el logotipo en dorado de la tienda en la que diseñaba su amiga Morgan.
Daniel Van Harse. Mi futuro hermanastro. Antes del noviazgo de nuestros padres habíamos coincidido en alguna que otra discoteca o local de moda, y mentiría si diera que jamás me había fijado en sus jugosos labios o en su complexión atlética. Estaba tremendo. TRE-MEN-DO. Como todo los Van Harse que conocía, tenía el cabello espeso y muy oscuro, negro azabache, al igual que los ojos. Y como también todos los de su familia era increíblemente guapo. ¡Si hasta su abuelo lo era y eso que tenía setenta años!
-          Es el mantón de mi abuela, Jack lo trajo anoche- dijo Daniel, pero al ver la expresión interrogativa de mi madre añadió- mi abuelo lo mandó lavar y perfumar para la boda.
¿Jack? ¿Quién era ese? Que yo supiera los Van Harse que se encontraban en la ciudad eran su abuelo, Gregorio, mi futuro padrastro, Richard, y sus hermanas, las gemelas Valerie y Alice.
-          ¿Ya esta en la ciudad?- preguntó mi madre con exagerado desdén.
-          Por desgracia- asintió Daniel- Bueno, Mary, voy a llevar esto a la habitación. Hasta luego, Lis.
-          Adiós, Daniel, recuerda que esta noche cenamos todos en el Rick & Rock.
Daniel comenzó a andar por el enorme jardín de la villa palaciega, alejándose de nosotras.
-          Mamá, he olvidado decirle algo a Daniel, luego hablamos- dije, era la mejor manera de librarme del discurso de mi madre sobre cómo iba a hacer tal cosa o a colocarla allí o aquí. Le di un beso en la mejilla y me dispuse a salir tras mi hermanastro.
-          Vale, cariño, yo me voy ahora a ver el menú, que Richard me espera.
Salí a paso rápido mientras gritaba: “¡Daniel!”. Mi hermanastro se detuvo. Se volvió y me miró directamente a los ojos.
-          ¿Sí?
-          No es nada, solo quería librarme de mi madre- me encogí de hombros.
Daniel soltó una risita.
-          Lo entiendo, si me acompañas a dejar esto luego podemos ir a tomar algo a la cafetería de la villa- dijo con una sonrisa.
-          Si, por favor, me muero por algo dulce.
Volvió a sonreír. ¿Qué si lo había visto alguna vez serio? Nunca. Daniel el sonriente. Daniel el optimista. Daniel el líder. Así me habían dicho que era, y yo, tras pasar dos semanas viéndonos a menudo a causa de las cenas “familiares” de los martes, miércoles y domingos, confirmaba que así era. Porque aparte de guapo y estar bueno trasmitía confianza y alegría a todo el mundo. Se podría decir que se asemejaba bastante al canon de chico perfecto.
-          ¿Quién es ese Jack? Del que hablabais mi madre y tu- dije mientras me apoyaba contra el marco de la puerta de la habitación.
Era una habitación grande, con cortinas blancas y paredes del mismo color. Pocos muebles había: Un tocador, un escritorio con una silla, un espejo, un maniquí y un perchero. Todos de madera blanca. Esa sería la habitación donde mi madre se pondría su segundo vestido después del vals pero antes de la cena (como había especificado mi madre mil y una vez). Daniel dejó la caja en el cajón del tocador.
-          Digamos… que la oveja negra de la familia- me aclaró mientras echaba una mirada de soslayo al paisaje que se veía desde la ventana: El lago rodeado de arboles, con la puesta de sol como fondo. Simplemente era precioso.
-          No sabía que tenías hermanos, aparte de las gemelas.
Me acerqué a él y me apoye en el banquito que estaba bajo el ventanal. Observé como unos negros pájaros, que volaban en forma de “V”, contrastaban a la perfección con el color rojo y anaranjado del cielo. En la repisa había unos símbolos extraños, como jeroglíficos en formas redondas y líneas rectas. Una decoración que jamás había visto. Daniel desvió la mirada del cielo, donde ya se habían fundido los colores del ocaso, hacía mí, y siguió mi mirada, después me pareció que frunció un poco el ceño, pero solo durante dos segundos, cuando volví a mirarle ya tenia su bonita sonrisa dibujada en su moreno rostro.
-          No es mi hermano, gracias a Dios- se dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta- es mi primo. ¿Vamos?
Asentí y me levanté del banquito de pared. Mis pasos resonaron por la estancia monocolor cuando me dirigí hacia la puerta.
Bajamos por las grandes escaleras de mármol, hacia el bar-cafetería, que habían acondicionado en la primera planta.
-          ¿Y como es que le tenéis tan poca estima en la familia?- pregunté después de sentarnos en una mesita a esperar al camarero.
No había nadie más en la cafetería a excepción de nosotros y dos camareros. La verdad es que no me extrañó: Richard había requerido exclusivilidad y privacidad al alquilar la villa, así que hasta el fin de la boda, nadie salvo nosotros y los sirvientes entrarían allí.
-          Digamos que… ha hecho muchas ofensas hacia los Van Harse desde siempre.
Asentí. ¿Desde siempre? No me imaginaba a un niño de tres años mirando con rebeldía a los ojos negros de un Van Harse y ofendiéndole haciendo o diciendo algo, la verdad.
Un camarero joven, de ojos pequeños y hundidos, se acercó a nosotros.
-          ¿Ya han decidido que van a tomar?
Tras zamparme mi delicioso donuts de chocolate y charlar de cosas triviales con Daniel, regresé al ático para cambiarme de ropa para la cena en Rick & Rock, ese restaurante nuevo que tan de moda estaba. Bah, snobs. ¿Qué más daba que un restaurante fuera de lo mas lujoso si su comida era minúscula y ni siquiera sabias pronunciar su nombre? Abrí el armario y deslicé la yema de mis dedos por las diferentes prendas allí colgadas. Sí en algo me gustaba que mi madre quisiera parecer rica era que me compraba toda la ropa y complementos que quería, y además, lo suyo de la temporada anterior me lo daba, vale, era cierto que algunos vaqueros me iban anchos de caderas y para algunos suéteres me faltaba pecho, pero con unas tijeras y mi máquina de coser, no había prenda que no me quedara genial. Mis manos acariciaron el suave cinturón de seda, perteneciente a mi batín, su textura era tan… tan… de nuevo ese dolor terrible en las sienes.
-          ¡Oh, no! ¡Mierda!- murmuré antes de desvanecerme.
Llevaba puesto un camisón blanco de seda semitransparente. Su textura era tan reconfortante y familiar. De pronto llamarón a la puerta. Colocó la chaqueta de montar que se había estado probando un momento antes, sobre la silla, y se dirigió a la puerta.
-          ¡Charles! ¿Qué haces aquí?- la muchacha le miró asustada y divertida a la vez- anda pasa antes de que te vea algún sirviente.
El apuesto joven entro en la sencilla habitación de ella.
-          ¿Piensas salir a montar mañana?- preguntó apoyando la mano en el respaldo de la silla donde estaba colocada la chaqueta beige con dos fragas laterales en las mangas rojas.
-          Sí- la muchacha se acercó a él- pero estoy segura de que no has venido aquí para preguntarme eso- sonrió.
Charles le devolvió la sonrisa, y la miró de arriba abajo, y de abajo arriba.
-          Cierto, pero al verte así vestida se me ha nublado la mente.
-          ¿Asi..?- la muchacha se acercó más- entonces, deja que te la refresque.
Poco a poco se acercó a él, sus narices casi se rozaban, sus labios a escasos centímetros. Ella rozó levemente, casi inexistentemente, los labios de él. Luego se alejo un poco, pero para evitar que se separar solo un  milímetro de él, Charles la agarró por la cintura y la atrajo hacia sí. Ella colocó las manos en su nuca y jugó con su cabello.
Él devoró su boca, sediento por sus besos. Ella se aferró a él, a la calidez de sus besos y sus abrazos.
Alguien irrumpió en la habitación. Una sombra oscura.

2 comentarios:

  1. me encantaaa!!
    parece una novela de esas k me gustan a mi jajaja!!
    espero leer el siguiente prontoo!!
    un besoo!! :)

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  2. jajaja muchas gracias(:
    Lo subire pronto, esque con los examenes.. no tengo mucho tiempo ;$
    Un beso guapa(L)

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