domingo, 8 de enero de 2012

Prologo.

 Montepellier, 1498
Dejó al bebé con delicadeza sobre la hierba rociada de rocío. Miró a la Luna en todo su esplendor, y depues a los despiertos y grandes ojos de la niña, del mismo color que la hierba, que la miraban con curiosidad. Sacó el puñal que llevaba oculto bajo la capa y lo alzó sobre su cabeza. La luz de la Luna iluminó la fulminante hoja de acero del engastado puñal. Vaciló antes de bajar con todas sus fuerzas hacia el corancito de la pequeña niña. La hoja se paró en seco, a escasos centimetros del pecho de la bebe. Una fuerza que la asia por el codo la había detenido. Se giró y le fulminó con la mirada.
- No intentes detenerme- le advirtió la chica, sin bajar el puñal.
- No la mates, es de la familia- el hombre ejercicó aún más presión en el codo de la muchacha- ¡Y solo tiene dos dias de vida! Ni siquiera podemos certificar que esa ella.
La muchacha miró al bebe, que prestaba atención a la escena. No había duda. Era ella.
- Sabes como yo que es ella, él mismo la sacó del vientre de su madre. Lo vimos todos.
El hombre se estremeció. Jamás olvidaría esos ojos del color del vino. Los ojos del demonio. Los de su padre.
- Pero no podemos acabar con una criatura, ¡vamos, mirala! Son los ojos de tu hermana, por Dios, es mi nieta. Me da igual quien sea su padre, me da igual que sea una hija del mal.
La muchacha suspiró. Su padre tenía razón. Aunque él no la hubiese detenido no hubeira tenido el valor de matar a su sobrino, a pesar de ser hija de quien era, a pesar de que su padre fuera el mismo demonio.
- ¿Y que hacemos, padre? Cuando crezca nos matara. Su padre regresará y vendra a por ella, se la llevara, y de su lado serán invencibles. ¡Acabaran con todo nosotros! Ella es la septima. La ultima.
El hombre cerró con fuerza los ojos, cediendo un poco la fuerza con la que sujetaba el codo de su propia hija. Ella tenía razón. Si acababan con ella, si la mataban, todo finalizaría. La guerra, las muertes, la masacre. Todo. Ya habían acabado con sus seis hermanas ¿que mas daba una mas? Soltó el codo de la muchahca. Esta dejó el puñal en el suelo. El hombre se arrodilló, junto al bebe y lo cogió en brazos. Acarició su bonito rostro, pasó el dedo por su pequeña frente, por su nariz respingona y sus labios rosados. Era el vivo retrato de su madre, de su otra hija. Una lagrima se deslizó por su rostro, periendose en su barba. Esa niña era lo unico que le quedaba de su primogenita, de su hija, la hija que tubo con la unica mujer a la que a amado. Esa niña era el recuerdo de su esposa fallecida. De su primogenita fallecida. Miró los oscuros ojos de su otra hija y sus negros cabellos. Ella no lo entendería. No entendería que ese bebe era el legado de la mujer a la que había amado, que el casamiento con su madre era puro tramite, que su corazon perenecia a un recuerdo del pasado.
- Hay una solución.
Su hija le miró dubitativo.
- Mataremos su cuerpo, pero su alma permanecera aqui. Dentro de seis siglos, uno por cada una de sus hermanas, renacera. Renacera como nueva. Sin llevar la marca de su padre. Si ser la septima, sin que su destino sea acabar con nosotros.
Una mueca torció el gesto de la muchacha. Era un buen plan, sin duda, pero ¿y si fracasaba? ¿Y si no hacían bien el encantamiento y renacía mas fuerte que nunca? ¿Y si su padre no se olvidaba de ella, si descubría que no la habían matado?
- ¿Y que haremos durante esos 600 siglos, padre? Su alma estara sellada a otra persona, pero su padre la reconocera, aun no habra olvidado todo, padre.
El hombre se pasó los dedos por la barbilla, con gesto pensativo.
- Pero encesita los 600 años para olvidar, cien años por cada hermana...- dijo casi para sí, pensando en voz alta.
- Era un buen intento, padre, pero fracasará- dijo arodillandose tambien, deslizando sus dedos hacia el puñal- solo queda matarla.

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